La política no es solo la batalla por conquistar el poder formal. No se puede reducir al campo de las disputas electorales, de cálculos tácticos, de debates por proyectos de ley o de implementación de políticas públicas. Aquellos espacios son, evidentemente, dimensiones de la política, pero si lo que se desea no es meramente la gestión del orden político, sino la sustancial transformación de la sociedad, la política debe ser algo más.
La concepción de la política, para los que desean cambiar el orden, es más amplia que para quienes se proponen administrarlo. Esta incluye, además de las diputas formales, una batalla central: confrontar las ideas que dan cohesión a la estructura de poder y permiten que intereses específicos de la sociedad se presenten como los representantes de cierta idea de bien general y de sentido común. Aquello no es un asunto meramente académico o de disquisición intelectual. Dejarlo en ese plano, en la práctica, es entregar a otros la potestad de erigir el terreno de ideas que determinan cuáles son las formas legítimas de pensar la sociedad. En definitiva, nos proponemos abordar la política como un complejo proceso, en el que cualquier idea de organización social es resultado de una serie de capas de regulaciones sociales históricamente sedimentadas, que permiten sostener que las ideas políticas se encuentran siempre indexadas a una tradición.
Pues bien, detrás del orden chileno existe un conjunto de ideas clave que le brindan su legitimidad. En gran medida, todo el proyecto neoliberal de los noventa en adelante se sostuvo en una fina articulación y complementariedad entre la idea de mercado, representación política, libertad y desarrollo. El régimen post dictadura, se afirma, tenía como base una economía de mercado pujante, que no solo era base para el desarrollo económico sino marco institucional de la libertad. Si se aspiraba a construir una República sólida, ésta debía tener una base institucional que le asegurara tanto el despliegue económico sostenido como una libertad a sus ciudadanos, que solo el mercado tenía la capacidad de brindar en forma creíble. Así visto, todos los valores de la Ilustración se encontraban unidos en el mismo proyecto neoliberal. Aquello no era una mera declaración de principios, por el contrario, le brindaba una legitimidad radical a dicho proyecto en tanto lograba llevar en sus hombros nada menos que todos los valores modernos. Ellos lo sabían y sus adversarios también: tener a la modernidad como aliada es prácticamente asegurar el triunfo de la partida.
Nadie puede negar que eso fue una victoria clave. Tan decisiva fue que sus opositores quedaron en un punto cero. Muchas de sus tropas se asumieron como derrotadas y sencillamente adoptaron el nuevo credo. Otras, más valientes y certeras, la rechazaron, pero con menos armazón para disputarle su terreno. El desenlace ya es de sobra conocido, implicó nada menos que una sólida hegemonía neoliberal durante treinta años.
Sin embargo, esa hegemonía cruje en sus bases materiales. Para la mayoría social, la República se revela como una oligarquía, la libertad prometida se evidencia como precariedad y férreo patriarcalismo laboral, y el mercado se constituye como una jaula de hierro. ¿Cómo leer esto? ¿qué ocurre con el discurso dominante que, en la práctica, genera lo opuesto de lo que pregona? Aquello requiere un esfuerzo particular y es desentrañar dicha articulación que el proyecto había realizado para justificarse y, por lo tanto, re entroncar el significado de la república, la libertad y el desarrollo con las bases materiales que ha sentado el movimiento popular democrático chileno y mundial.
El gran marco histórico que ha caracterizado y justificado la época contemporánea es la de un régimen capitalista pretendidamente moderno e ilustrado. Esa alianza falsa entre democracia y capitalismo ha permeado los términos y formas de disputar terrenos políticos. En este contexto, los esfuerzos de esta Revista consisten en colaborar con los diversos intentos de construcción de horizontes alternativos, conceptuales y políticos, que logren superar esa falsa alianza. Esta tarea no es solo estimulante, es decisiva para ganar la batalla política, en tanto no se pretenda administrar el orden sino aportar en la transformación de la sociedad.
Por esas razones, Revista Heterodoxia surge en el año 2018 con el fin de participar en la disputa del marco comprensivo dominante, que justifica proyectos de administración de un orden que precariza nuestra existencia. Este marco se basa en fundamentos que sostienen que la sociedad debe organizarse en concordancia con las pulsiones e intereses que derivan de la naturaleza humana y, de acuerdo con este mandato, edifican instituciones que actúan como meros reflejos o extensiones de esta. Sin embargo, este supuesto ontológico es erróneo, porque son precisamente dichas instituciones las que moldean el comportamiento humano. En otras palabras, quienes dicen interpretar de mejor forma el sentido común en realidad lo fabrican, y es precisamente a partir de esos fundamentos donde iniciamos esta disputa que abarca tanto el terreno político, económico y cultural.
La invitación, entonces, es a tomar posición frente a la llamada crisis de legitimidad política, económica, social y medio ambiental. Ponemos a disposición este espacio para que las voces críticas se transformen en propuestas concretas, para que desde una perspectiva heterodoxa construyamos la alternativa al orden existente.
Equipo Editorial – Revista Heterodoxia