Con el objetivo de comprender de mejor forma sus estudios en economía, sería importante para el lector/a que nos explicara algunos conceptos que cruzan sus investigaciones. Un punto central que levanta, es establecer una clara diferenciación de las fronteras teóricas entre la economía estándar, la economía feminista y la economía ecológica. ¿Cuáles son estas diferencias y por qué es relevante hacer esta distinción?
Antes de comenzar a responder quisiera explicitar que lo que llamamos economía feminista no es un cuerpo único de ideas y/o conceptos, sino un abanico de posicionamientos que se caracterizan por cuestionar tanto el sistema socio económico que vivimos como la disciplina económica que pretende explicarlo, incorporando el género como categoría de análisis. Es teoría pero también acción política, en el sentido de que pretende comprender la realidad para transformarla. También quisiera manifestar que mi mirada es parcial, hablo desde un feminismo blanco eurocéntrico, aunque sin ninguna pretensión de estar representando a todas las mujeres; pero sí con la urgente necesidad de profundizar diálogos, particularmente con feminismos indígenas, comunitarios y decoloniales.
En relación a la pregunta, con la economía ortodoxa (economía neoclásica) tenemos profundas diferencias tanto a nivel teórico conceptual como político. Señalaré algunas de las críticas que me parecen más relevantes. En primer lugar, la economía neoclásica (paradigma dominante actualmente) pretende ser una ciencia positiva, es decir, conocimientos ajenos a cualquier posición ética o juicio normativo y, en consecuencia, alejada de cualquier posición política ideológica. La economía feminista no cree en la distinción positiva/normativa, plantea que la economía debiera entenderse como una disciplina social, por tanto, no neutra sino construida socialmente; y denuncia que presentar a la economía como una supuesta técnica despolitizada la convierte en un instrumento al servicio de los intereses dominantes. De hecho los planteamientos de la economía neoclásica han influido notablemente en todo lo que podemos entender como políticas neoliberales, con fuerte impacto ecológico e indiscutible responsabilidad en el incremento de las desigualdades a nivel mundial.
En segundo lugar, la economía neoclásica utiliza como método de análisis el individualismo metodológico, siendo su mirada profundamente androcéntrica. Esto queda de manifiesto a través de su agente representativo, el llamado hombre económico (homo oeconomicus) que está en la base de sus modelos económicos. Personaje que se asemeja a los “hongos de Hobbes”: crece totalmente formado y con sus preferencias desarrolladas. Es autónomo y egoísta y maximiza individualmente sujeto a restricciones externas. El medio no le afecta, participa en la sociedad sin que esta lo influencie, interactúa en un mercado ideal donde los precios son su única forma de comunicación, sin manifestar relaciones emocionales con otras personas. En la crítica al homo oeconomicus han intervenido diversas escuelas heterodoxas de economía, por la supuesta racionalidad, autosuficiencia y preferencias no motivadas por el contexto socio-económico del personaje. La economía feminista, además, critica su supuesta universalidad, ya que las cualidades que se le atribuyen son las que nuestra sociedad tradicionalmente asocia a la masculinidad y, en cambio, no posee rasgos asociados a la feminidad como ternura, pasividad, sentimiento, dependencia. Pero además, es un sujeto que siempre está sano, joven y activo en los mercados. No tiene niñez ni se hace viejo, no depende de nadie ni se hace responsable de nadie más que de sí mismo. No tiene relaciones afectivas, familiares ni comunitarias, olvidando así la necesaria interdependencia humana y la eco-dependencia de la naturaleza. Un personaje así no representa a ninguna mujer, tampoco a ningún hombre, aunque pueda ser un modelo masculino a imitar por muchos hombres jóvenes. En el campo real, las características de este personaje se traducen en la falsa independencia del sector masculino de la población. El hecho de que las mujeres asuman la responsabilidad de la subsistencia y el cuidado de la vida, les ha permitido desarrollar un mundo público -basado en la falsa premisa de libertad- ciego a la incuestionable interdependencia de las criaturas humanas.
Un tercer problema que presenta la economía dominante hace referencia a su enfoque y su objeto de estudio. El enfoque económico, no solo de la economía neoclásica sino de la mayoría de las escuelas de economía, a excepción de la economía feminista y la economía ecológica, sitúa sus fronteras en la producción y el trabajo de mercado. Es un enfoque dicotómico y androcéntrico, ya que, por una parte, sostiene la falsa separación entre lo público y lo privado y, por otra, solo da valor al trabajo asignado socialmente a los hombres. Restringe y limita las perspectivas analíticas y políticas y reduce las condiciones materiales, relacionales y culturales de la vida exclusivamente a la relación del trabajo asalariado. Lo cual ha tenido como consecuencia natural que el único trabajo reconocido como tal fuese el que se realiza bajo relaciones de mercado capitalista y, por tanto, se ha establecido una relación simbólica entre trabajo y empleo. Un enfoque sesgado que no considera los trabajos que tienen lugar fuera del mercado pero que son absolutamente necesarios para que la vida continúe y para que el sistema capitalista pueda seguir funcionando. Enfoque, por tanto, a través del cual se desarrollan modelos, se realizan análisis y se elaboran estudios que difícilmente podrán explicar apropiadamente el funcionamiento de la realidad socioeconómica. Más grave es que al relegar al limbo de lo invisible los trabajos no remunerados, la economía como disciplina ha estado eludiendo toda responsabilidad sobre las condiciones de vida de la población, como si estas se desarrollaran por caminos paralelos a la economía. Todo lo cual tiene que ver con el objetivo del sistema económico capitalista: el crecimiento económico favoreciendo el beneficio privado. No se plantea como objetivo de la economía dar respuesta a las necesidades de las personas, sino la acumulación en manos privadas. En lenguaje económico, las condiciones de vida de las personas son consideradas, de hecho, una “externalidad”.
La economía feminista, en cambio, amplía las fronteras de la economía más allá del mercado incorporando el trabajo doméstico y de cuidados no asalariado como parte del circuito económico, planteando una ruptura con el sistema económico y con la economía oficial que lo legitima, en el sentido de que su objetivo es la vida de las personas (situando el cuidado como elemento central) y no la acumulación de capital privado. La economía feminista apela a la lógica de la vida frente a la lógica del capital. Cuestionar el modelo vigente representa entonces pensar un mundo común para mujeres y hombres más allá del discurso dominante; y más allá de la simple idea de igualdad. La economía feminista está proponiendo otra manera de mirar el mundo, otra forma de relación con el mundo, donde la economía se piense y realice para las personas.
Para terminar la respuesta, diré que la economía ecológica y la economía feminista tienen muchos puntos de encuentro. Ambas rompen los límites del mercado para incorporar, por una parte, la naturaleza y, por otra, los trabajos no remunerados; ambas plantean la idea de reproducción y de sostenibilidad; ambas rechazan el objetivo del crecimiento de la economía ortodoxa y ambas reconceptualizan la idea de trabajo y/o producción. Seguramente el mayor punto de desencuentro entre ambas economías es la escasa sensibilidad a las desigualdades de género que manifiestan algunas corrientes del ecologismo, haciendo una jerarquización de los problemas. Aunque la presencia creciente de mujeres feministas en los movimientos ecologistas ha favorecido el diálogo y, en consecuencia, un acercamiento teórico y político significativo.
De acuerdo con tú mirada, de estas distinciones teóricas emergen conceptos claves para entender una economía actual. Estos conceptos son el trabajo, en general, y el trabajo de cuidado. ¿Qué cambios incorporan estos conceptos en el análisis económico estándar? ¿Hay otros?
Comencemos por aclarar estos conceptos. Como bien dices, el trabajo es un concepto clave para el análisis económico y, sin embargo, ya estamos en el siglo XXI y no disponemos de una buena definición de trabajo. Lo que resulta cuando menos curioso ya que ha sido y continúa siendo la principal actividad necesaria para la subsistencia de las personas. Ahora bien, si preguntamos a algún estudiante que haya cursado más o menos la mitad de la carrera de economía por el concepto de trabajo, probablemente nos dirá que es aquella actividad que se intercambia por dinero. Es decir, ya habrá incorporado la identificación -o más bien, la confusión- entre trabajo y empleo de una sociedad capitalista.
Sin embargo, la idea de trabajo anterior a la industrialización puede entenderse como un concepto amplio que representa toda actividad humana orientada a producir bienes y servicios destinados a satisfacer necesidades humanas. Una actividad que se desarrolla de manera continua y forma parte de la naturaleza humana; que permite crear las condiciones adecuadas para que se desarrolle la vida humana partiendo de las condiciones del medio natural. Los trabajos, por tanto, también han sido cambiantes, en su forma, en contenido y en las relaciones sociales bajo las cuales se realizan. Pero el objetivo último ha sido el mismo, directa o indirectamente, la subsistencia y continuidad de la especie. En cambio, el empleo es solo un tipo de trabajo, aquel que se realiza bajo relaciones mercantiles capitalistas y se intercambia por dinero, mayoritariamente, un salario. Esta identificación entre actividad laboral remunerada y trabajo no es algo “obvio” o “natural”, sino el resultado de un complejo proceso histórico de reconceptualización, que guarda relación con la división sexual del trabajo y con el modo en que, desde la economía teórica, se ha ido definiendo el concepto. Utilizar un término para designar una actividad asociada a lo masculino pero con pretensiones de universalidad no es ajeno al patriarcado. Es la creación del simbólico a través del lenguaje. Lo masculino tiende a categorizarse como universal, con lo cual se invisibiliza al resto de la sociedad, básicamente a las mujeres.
En los años setenta tuvo lugar el llamado “Debate sobre el trabajo doméstico”, uno de cuyos objetivos era visibilizar y darle valor al trabajo realizado desde los hogares. El análisis de este trabajo llevó –de manera bastante natural– a plantear los aspectos subjetivos y emocionales de las necesidades humanas. Así surgió un concepto más amplio de lo que se consideraba tradicionalmente como trabajo doméstico, designándolo “trabajo de cuidados”. En esencia, lo que denominamos cuidados es algo inherente a la vida, en particular, a la vida humana, aunque no solo a ella. Los cuidados (y el autocuidado) dan respuesta a diversas necesidades humanas básicas, tanto biológicas como afectivas y emocionales. Los cuidados dan cuenta de nuestra vulnerabilidad y, en consecuencia, de nuestra necesaria interdependencia. Nacemos y vivimos en cuerpos y psiquis frágiles y vulnerables que requieren cuidados a lo largo de todo el ciclo vital, con mayor intensidad en los extremos de la vida. Cuidados absolutamente necesarios de realizar, cuidados que sostienen cotidianamente los cuerpos y que permiten que la vida continúe. Todo lo cual requiere de una enorme cantidad de tiempo y energía. Ahora bien, ¿por qué habitualmente las necesidades y los cuidados pasan desapercibidos? Sencillamente porque están naturalizados. Se resuelven al interior de los hogares como si fuera algo natural; pero no lo es. Ahí está la “mano invisible” (y el sexo invisible) actuando para que todo esté siempre en su lugar. El tema de los cuidados se ha naturalizado y así en vez de considerarse un asunto social y político se desplaza a los hogares considerándolo en el simbólico social, un trabajo de mujeres.
En consecuencia, sólo la enorme cantidad de trabajo de cuidados que se está realizando hace posible que el sistema económico pueda seguir funcionando. Dicho trabajo sostiene el edificio de la economía de mercado capitalista constituyéndose en fuente oculta de la plusvalía, por una transferencia de costes –también emocionales- desde la esfera mercantil a la esfera doméstica.
Dicho esto, los cambios que podría introducir esta nueva conceptualización en el análisis económico estándar son fácilmente deducibles y tienen que ver con aspectos de la respuesta de la pregunta anterior. En primer lugar, se debería ampliar la idea de trabajo para tener un concepto inclusivo que considere todos los trabajos y no solo los trabajos que se desarrollan para el mercado; visibilizar aquellos trabajos que la economía ha mantenido ocultos, permite un análisis de la situación socio-económica mucho más riguroso, sensato y realista. En segundo lugar, considerando que el trabajo de cuidados es parte fundamental de los procesos de reproducción social y el sostenimiento de la vida, sería imprescindible que la economía ortodoxa los reconociese y les diera el valor que le corresponde, rompiendo así con el sesgo androcéntrico habitual de los análisis económicos. La visibilidad del trabajo doméstico y de cuidados y su incorporación a los análisis económicos permitiría hacer más transparentes las formas de distribución de la renta, la riqueza y el tiempo de trabajo. Mecanismos todos ellos estructurados de acuerdo al sexo/género, que repercuten de manera diferenciada en la calidad de vida y bienestar de mujeres y hombres.
Ahora bien, si efectivamente se realizasen todos estos cambios, la economía dominante estaría prácticamente en vías de transformar su paradigma y desplazar su objetivo de acumulación hacia un objetivo más ligado a las condiciones de vida de las personas; razón por la cual creo que es absolutamente imposible que acepte e incorpore los cambios aquí señalados. Sencillamente, sería otra economía.
El antropólogo David Graeber sostiene, apoyado en los estudios feministas, que muchos de los trabajos actuales vinculados a la clase trabajadora no están produciendo cosas sino principalmente manteniéndolas y cuidándolas. Esta cuestión, de alguna forma, confronta la concepción tradicional de producción y se vincula con tu mirada respecto al rol de la reproducción o el enfoque de “reproducción-excedente” de la escuela sraffiana que has utilizado. ¿Te parece que existe una relación? Si no es así, ¿Cuáles son tus diferencias?
Para comenzar, yo no veo tan claro lo que afirma Graeber respecto a que muchos de los trabajos actuales vinculados a la clase trabajadora no están produciendo cosas sino principalmente manteniéndolas y cuidándolas. Creo que las cosas se siguen “produciendo” pero naturalmente con nuevas tecnologías que requieren menos mano de obra directa. Aunque si miramos el mundo globalizado, los trabajos asalariados “productivos” en países asiáticos (deslocalización) siguen demandando una cantidad enorme de mano de obra a bajísimo coste. Sin embargo, es verdad que han aumentado los trabajos destinados a servicios en general; en parte informáticos y/o de gestión, en parte, de mantención, en parte, de servicios personales y, en particular, de cuidados a las personas. Aunque, estos últimos, nunca en la dimensión requerida, teniendo en cuenta el proceso de envejecimiento demográfico. Ahora bien, he puesto entre comillas los términos derivados de “producción” porque este concepto sí que ha sido puesto en duda por la economía ecológica. La crítica (con la cual concuerdo) plantea que en realidad no producimos ningún bien, solo transformamos la naturaleza (el plástico viene del petróleo, el papel de los árboles, los minerales de la tierra, etc., etc.) y en ese proceso transformativo, destruimos. Por tanto, no hay “producción” de bienes, solo transformación de la naturaleza.
La idea de reproducción, efectivamente, siempre me ha parecido una idea interesante. Una idea que se opone al planteamiento podríamos decir lineal de la economía ortodoxa. Para esta última el concepto relevante es el de escasez; concepto criticado por la escuela sraffiana, puesto que si un bien es reproducible, la idea importante es su tasa de reproducción y no su supuesta “escasez”. Si dicho bien se consumiera a una tasa inferior de su propia tasa de reproducción, nunca sería escaso. Y así habría que considerar qué tratamiento hay que dar desde la perspectiva económica a todos los bienes, sean reproducibles o no. Cuestión que el sistema capitalista y la economía ortodoxa que pretende analizarlo, no considera en sus análisis. Creo, por tanto, que el enfoque reproducción-excedente no cuestiona el concepto de producción exactamente de la forma en que lo hacen los ecologistas, aunque sí con aspectos comunes ya que critica la visión de la economía oficial respecto a lo que denomina “producción” y “productivo”. Cuando esta economía dice que hay producción, que hay crecimiento económico y/o que un proceso es productivo, no está considerando si los input son renovables o no y qué diferencia de tratamiento debiera hacer particularmente con los distintos tipos de energías útiles, qué contaminación o destrucción no se contabiliza en el proceso, cuál es el coste real de la fuerza de trabajo, y si ese proceso “productivo” está permitiendo la reproducción, es decir, que se pueda disponer de los inputs necesario para reiniciar el proceso.
En particular, yo he utilizado el enfoque reproducción-excedente porque –al revés de los planteamientos de la economía neoclásica- me parece un enfoque sensato y fértil para analizar los procesos económicos. Y, además, por una razón para mi muy importante. Creo que es un enfoque que, al tratar el tema de la reproducción, permite incorporar en el análisis los trabajos no remunerados, básicamente el trabajo de cuidados; aunque los autores que participan de las ideas de la escuela sraffiana no lo hayan considerado.
En tus trabajos hablas de la cadena de sostén de la vida y cómo la dimensión del cuidado es invisibilizada por las teorías económicas dominantes. ¿Por qué crees que ocurre esta invisibilización? ¿Cuál es la relevancia de su rescate?
Creo que la invisibilización se da principalmente por dos razones, una de orden capitalista y otra de orden heteropatriarcal. En el primer caso, debemos comenzar observando cómo se mantienen y reproducen nuestros hogares desde la perspectiva económica: a la amplísima mayoría no le son suficientes sus ingresos monetarios para la manutención, sino que requieren –además de posibles servicios públicos- realizar una enorme cantidad de trabajo al interior de los hogares. Y así se reproduce la población y, en particular, la fuerza de trabajo, tanto diaria como generacional. Pero como el trabajo de cuidados no está remunerado, no se considera en el costo de la fuerza de trabajo, por lo que se entrega al sistema asalariado una fuerza de trabajo muy por debajo de su valor. Si el propio sistema capitalista tuviese que reproducir bajo sus relaciones la fuerza de trabajo necesaria para su continuidad, tendría que pagar salarios muchísimo más elevados de los que actualmente remunera, cuestión que no podría afrontar. De esta manera, el expolio que realiza el sistema del trabajo de cuidados, es una fuente importante del beneficio y de la acumulación de capital en manos privadas. En definitiva, el trabajo de cuidados realizado mayoritariamente por las mujeres es “productor de plusvalía”, por lo cual es casi imprescindible mantenerlo naturalizado, oculto para el análisis económico.
En segundo lugar, tal como está organizado el sistema actual capitalista heteropatriarcal, solo goza de valor y reconocimiento social el trabajo de mercado, quedando –como ya señalé- el trabajo de cuidados totalmente marginado y devaluado. Pero, no es por casualidad, que de acuerdo a la división sexual del trabajo, el trabajo de mercado esté asignado socialmente a los hombres, quedando el trabajo invisible asignado a las mujeres. Ahora bien, si intentáramos buscar razones para la devaluación del trabajo de cuidados, no nos sería fácil. Podríamos argumentar que es un trabajo no remunerado, pero en nuestras sociedades podríamos encontrar trabajos prestigiosos no remunerados, como por ejemplo, algunos presidentes de ONGs destacables. O, decir que es un trabajo que se desarrolla en condiciones de aislamiento; pero también lo son trabajos de algunas personas escritoras, artistas, informáticas, etc. O, que es repetitivo; pero en nuestras sociedades hay muchos trabajos que se realizan en peores condiciones y son mucho más repetitivos, etc., etc. El problema, por tanto, hay que mirarlo desde otra perspectiva. En una sociedad patriarcal, lo que está devaluado es ser mujer; por tanto, todo lo que se relaciona (o asigna) con actividades, costumbres, valores, etc. de mujeres, estará siempre socialmente devaluado. En definitiva, los hombres disfrutan de un cierto privilegio que la mayoría siempre ha defendido y al cual no están dispuestos a renunciar; siendo así insolidarios con sus compañeras, madres, hijas, amigas, etc.
Por tanto, con el rescate del trabajo de cuidados se están desafiando las dimensiones tanto capitalista como heteropatriarcal del sistema socio económico en el que estamos inmersas/os. Así, hacer explícito este trabajo como necesario en los esquemas económicos, es tanto una cuestión de justicia, como de sensatez y rigor si se pretende analizar e interpretar la realidad.
En el actual impulso del movimiento feminista a nivel mundial se han producido una serie de debates respecto a sus específicos énfasis. Uno de los que llama la atención es la mirada que alerta sobre la demanda por la igualdad entre hombres y mujeres. Voces como Silvia Federici han dicho: ¿Igualdad de qué? ¿Estás de acuerdo con esto? ¿O crees que es posible un nuevo diálogo entre estos puntos?
Estoy absolutamente de acuerdo con Silvia Federici, porque, ¿qué significa igualdad? ¿Para quién? ¿Con respecto a qué? ¿Queremos las mujeres ser iguales a los hombres? ¿En qué? ¿Eso que significaría? ¿Nos interesa igualarnos en este modelo masculino? ¿Significa eso aceptar este modelo?
El término igualdad hoy es confuso y se utiliza desde distintas perspectivas. Sin embargo, en la línea de la economía feminista de la cual participo, no estamos de acuerdo en que el objetivo sea la igualdad. Por supuesto que exigimos recuperar los derechos que nos han expoliado para vivir con dignidad y libertad; pero el objetivo va más allá de la igualdad, se trataría de construir una sociedad cuyo objetivo sea la vida de las personas o –dicho en palabras de algunos pueblos originarios- el objetivo del buen vivir. En cualquier caso, en este sistema es imposible llegar a la igualdad, precisamente porque su continuidad está basada en las relaciones de poder, bajo las cuales la llamada igualdad es imposible.
Ahora bien, el objetivo del buen vivir representa un cambio total de modelo. Lo que nos lleva a pensar en políticas o acciones a corto plazo y a más largo plazo. Las políticas, en general, no están pensadas para un cambio de sistema más bien se implementan para mantenerlo; pero pueden paliar situaciones especialmente complicadas y duras para determinados grupos de mujeres: situaciones de pobreza, de embarazos no deseados, de cuidados infantiles o de personas mayores, etc.
Ahora bien, hay políticas pensadas a más largo plazo, que pueden ir creando pequeñas rupturas con lo establecido, que pueden colaborar en el cambio de mentalidades e ir abriendo caminos para cambios en lo simbólico social. Particularmente, si durante la discusión de la política se desarrolla un debate ciudadano alrededor del tema, para ir creando conciencia sobre lo que representa. Por ejemplo, políticas que tiendan a cambiar situaciones de las empleadas domésticas que permitirían un debate más a fondo sobre el trabajo doméstico; o políticas sobre los permisos parentales no transferibles que pretenden establecen una ruptura de los roles tradicionales que asocian el cuidado con las mujeres. Un buen ejemplo de los logros de este tipo de debates es lo que se llamó la “ley de los tiempos”. En los años ochenta en Italia se planteó un proyecto de ley sobre la gestión y organización de los tiempos sociales y las desigualdades que pueden generarse; proyecto que nunca se transformó en ley, pero las mujeres fueron capaces de llevarlo a debate a lo largo de todo el país, a todos los grupos de mujeres, feministas o no, y también a debates mixtos más abiertos. Y, así, pusieron en la agenda un asunto, generador de desigualdades tanto de sexo/género como de clase, que hoy seguimos discutiendo.
Sin embargo, estoy convencida de que los verdaderos cambios no vienen de las instituciones, sino de grupos sociales organizados. Se ha dicho que la única revolución triunfante del siglo XX y que además se hizo sin derramar una gota de sangre, fueron las profundas transformaciones que realizaron las mujeres: incrementaron su nivel de estudios, su participación laboral, hicieron caer la fecundidad, se organizaron poniendo en cuestión el patriarcado; provocando algunos cambios sociales totalmente inesperados e imprevisibles.
Ahora, por supuesto, que puede y debe continuar el diálogo en relación a la idea de igualdad y a otros tantos conceptos e ideas. Dije al inicio que afortunadamente la economía feminista no es pensamiento único. Estamos en un debate permanente, construyendo y deconstruyendo, aprendiendo y desaprendiendo. Y así continuaremos.
Buena parte de la izquierda durante el siglo XX fue paulatinamente desvinculándose de conceptos, o banderas, como la libertad, los mercados, el Estado, etc. En este contexto uno de los conceptos que también es polémico en las diversas izquierdas es el concepto de desarrollo. Por este motivo quisiéramos saber tu opinión respecto a ¿Qué entiendes por desarrollo? ¿Te parece pertinente disputar este concepto? ¿Se relaciona con lo que has denominado la “sostenibilidad de la vida”? ¿Qué rol jugarían los indicares no androcéntricos?
El concepto de desarrollo ha sido utilizado de diversas maneras desde los años cincuenta del siglo XX. Es un concepto complejo que presenta diversas implicaciones. En las primeras décadas se utilizó fundamentalmente en la teoría del centro-periferia y en la teoría de la dependencia. Ambas trataban el desarrollo desde una perspectiva básicamente económica, con el objetivo de aumentar el bienestar de la población, pero sin prestar atención ni al medio ambiente ni a aspectos más culturales relacionados directamente con las necesidades de las personas. Más adelante se habló de desarrollo humano, concepto tributario en parte del enfoque de las necesidades básicas, que incluía aspectos relacionados con las necesidades de las personas: de educación y salud, democracia, respeto al medio ambiente y otras; abordando el tema del desarrollo de una manera integral y universal. Hasta aquí, los distintos conceptos de desarrollo han estado muy ligados a la idea de crecimiento económico. Sin embargo, hay un último concepto de desarrollo que me parece interesante y que es absolutamente crítico con la idea de crecimiento, es el denominado desarrollo sostenible. De acuerdo a este último, debe haber una utilización adecuada de la naturaleza, satisfaciendo las necesidades de la población actual (toda), pero sin poner en peligro la vida de las generaciones futuras. Lo cual exige una postura ética y un planteamiento intrínsecamente democrático.
Ahora bien, actualmente, el paradigma neoliberal sostiene como finalidad no el desarrollo en cualquiera de sus versiones, sino fundamentalmente el crecimiento económico. La que me parece la mejor crítica a este paradigma es la propuesta de Tim Jackson. El autor define la idea de prosperidad, no identificada con abundancia material y crecimiento económico como se ha hecho hasta ahora, sino como “habilidad para progresar como seres humanos dentro de los límites del planeta”. Su propuesta para una economía que transite hacia la sostenibilidad tiene dos ejes principales; por una parte, el desarrollo de servicios personales poco intensivos en materiales y energía e inevitablemente intensivos en trabajo y, por otra, lo que designa como inversión ecológica, que tiene que ver con mayor eficiencia en el uso de energía y recursos naturales, con el uso de energías más limpias y sostenibles y la conservación y mejoramiento de los ecosistemas.
Bien, con la idea de desarrollo ligada fundamentalmente a la economía, no puedo estar de acuerdo, ya que adolece del mismo sesgo androcéntrico que presentan la mayoría de las escuelas de economía: una ceguera patriarcal que les impide considerar en sus análisis todos los trabajos que no pasan por el mercado, ignorando así –como dije anteriormente- los trabajos desarrollados desde los hogares, fundamentales para la reproducción y el bienestar. El enfoque de desarrollo humano, tampoco considera estos trabajos a pesar de que algunas autoras que trabajan con el enfoque de las capacidades sí han incorporado la capacidad del cuidado. Concuerdo con la idea de desarrollo sostenible y su crítica al crecimiento económico, aspectos comunes a la economía ecológica y la economía feminista, aunque mantengo algunas reservas por la jerarquización de los problemas y la escasa visibilización del ámbito del cuidado no remunerado.
El concepto de sostenibilidad de la vida no es de fácil definición por las múltiples dimensiones que implica, pero en mi opinión, presenta claras ventajas respecto al concepto de desarrollo, incluso a aquellos de desarrollo humano o sostenible. Representa un proceso histórico de reproducción social, un proceso complejo, dinámico y multidimensional de satisfacción de necesidades, un proceso que debe ser continuamente reconstruido, que requiere de recursos materiales pero también de contextos y relaciones de cuidado y afecto, proporcionados éstos en gran medida por el trabajo no remunerado realizado en los hogares. Considera las múltiples interdependencias e interrelaciones entre lo ecológico, lo económico, lo social y lo humano, planteando como prioridad, como objetivo fundamental, las condiciones de vida de las personas, mujeres y hombres; sabemos que ocultar las relaciones de interdependencia relacional solo conduce a una sostenibilidad imposible. Permite dar cuenta de la profunda relación entre lo económico y lo social, sitúa a la economía desde una perspectiva diferente, donde importa tanto el análisis del conflicto como el del posible cambio, debatiendo continuamente como se crea, recrea y gestiona el poder. Explícitamente es una apuesta política para transformar las relaciones de poder capitalistas-heteropatriarcales.
En definitiva, a diferencia de los análisis realizados desde las distintas visiones del desarrollo, un análisis desde la sostenibilidad de la vida permite observar las posibilidades de continuidad de la sociedad no solo para el período presente, sino también para las próximas generaciones; pero, además, constatar las condiciones de vida y el nivel de equidad y justicia social que vive la población, mujeres y hombres.
Respecto a tu pregunta sobre los indicadores no androcéntricos, recordemos primero que el marco de estudio de la economía, tradicionalmente, ha sido el mundo público mercantil, donde trabajo se ha identificado con empleo y producción con producción orientada al mercado. Pero, el problema mayor ha estado en sus pretensiones de globalidad, de ser reflejo de toda la realidad socio-económica, escondiendo así –como ya he señalado- una parte importante de los procesos fundamentales para la reproducción social y humana. Por tanto, los indicadores económicos dan cuenta solo de la parte de la realidad socio económica que se abstrae en el modelo. Si nos centramos en los indicadores más utilizados de la llamada economía real, tenemos aquellos diseñados para captar el trabajo, pero que corresponden a indicadores de empleo (como, por ejemplo, la tasa de actividad) y aquellos diseñados para reflejar la producción y el crecimiento (básicamente el Producto Interior Bruto), pero que solo consideran la producción de mercado, sin tener en cuenta la enorme cantidad de bienes y servicios que se produce fuera de los márgenes del mercado. Así, ambos tipos de indicadores, además de falsear la realidad, presentan un fuerte sesgo androcéntrico, al ser el mundo público mercantil el espacio tradicionalmente asignado a la población masculina.
En cambio, lo que designamos como indicadores no androcéntricos (relacionados con la economía) incluirían, por una parte, los que dan cuenta de la situación relativa de mujeres y hombres, de las desigualdades entre ellos y ellas (en los trabajos, en el uso del tiempo, etc.) y de los cambios producidos en dichas situaciones en distintos momentos del tiempo; indicadores que desempeñan un papel importante en la eliminación de estereotipos y en la formulación y seguimiento de determinadas políticas. Y, por otra, unos más rupturistas, que plantean que el hecho femenino debe entenderse desde las propias mujeres, desde sus potencialidades y no desde lo que les falta para igualarse a los varones. Se trataría entonces de recuperar el reconocimiento y valoración social para todas las actividades consideradas femeninas y devaluadas en esta sociedad, en particular, dejar de identificar trabajo y empleo y dar un nuevo significado al concepto, de tal manera que incorpore todas las actividades necesarias para el sostenimiento de la vida humana en todas sus dimensiones.
En consecuencia, los indicadores no androcéntricos son precisamente los que podrían dar cuenta de la evolución de la situación socio económica –desde la perspectiva de la economía feminista- de lo que hemos denominado sostenibilidad de la vida.