El contexto de pandemia ha expuesto una vez más y como si no tuviera fondo, lo peor de la ideología veladamente antidemocrática y mercantilista del actual gobierno. Sin embargo, a diferencia del 18 de octubre, ha disminuido ostensiblemente la capacidad de respuesta de parte de la población. Este contexto ha logrado un escenario más que deseado para la actual administración, que sin importar los errores mantiene su actitud triunfante. El autocoaching tan propio del actual período en el cual “querer es poder”, parece ser el mantra de la actual administración, lo que le permite encontrar un sin número de excusas para maquillar la realidad a gusto.
Sin embargo, esta actitud muestra también la profunda ideologización del gobierno, donde las creencias no se actualizan, no se enfrentan a los hechos probados, ni consideran datos que les permitan contrastar información. La postura más extrema de esta forma de actuar es la negación total de la ciencia a lo Trump y Bolsonaro, pero la ausencia de diálogo, de exposición de datos y contraste de la información va también en la misma línea. Hay que señalar no obstante que esto no es exclusivo de este gobierno. El modelo capitalista y en especial, su versión neoliberal ha mostrado su incapacidad de asegurar la calidad de vida y los derechos de amplios porcentajes de la población, y, sin embargo, las élites no cejan en mantener su credo ni actualizan sus paradigmas. El pacto social que la catástrofe de la II guerra mundial permitió establecer, hoy día no se observa en el horizonte, pues la aniquilación masiva hoy día no parece afectar a las élites.
Y de este modo, aunque el modelo neoliberal se sustenta en la sobre explotación y precarización del trabajo, así como en un libre comercio globalizado que se cimienta en la financiarización extrema, en el intercambio de productos “basura” y en su traslado constante y masivo, bajo fórmulas disruptivas para los ecosistemas, además de generadoras de gases invernadero, el freno puesto a la producción por la pandemia (los niveles de Co2 han bajado por primera vez desde la segunda guerra mundial), no ha traído el replanteamiento de las formas de producción, sino un impulso bajo los mismos criterios. Y es que este modo de producción busca mantenerse a pesar de que se pongan momentáneamente y contradictoriamente en cuestión aspectos básicos de su esquema normativo, tal como sucedió en EE.UU. durante la crisis de 2008 con el salvataje a los bancos. En este sentido, la intervención macroeconómica por parte del Estado, la regulación de los mercados y la importancia de mantener fuertes los sistemas públicos de sanidad (al menos) siguen siendo excepcionales, a pesar de que muestran toda su importancia en momentos de crisis.
En este mismo contexto de contradicción y fanatismo, el gobierno de Piñera se ha mantenido fiel al credo neoliberal, obliterando la importancia de lo público, excluyendo a la ciudadanía de la información y tomando decisiones al modo “directorio”, sin escuchar las opiniones de expertos. Y de la misma forma que desoyó el clamor del estallido social, como si fuera consecuencia de los “agitadores de siempre”, tampoco se preparó ni fue consciente de las necesidades que iban a surgir a partir de la cuarentena obligatoria y del recorte masivo de ingresos propiciado por el propio gobierno. La política de las cajas de mercadería es reflejo y parte de esta misma creencia ciega en el mercado y en especial, en la desconfianza y estigmatización que hacen las élites de la ciudadanía, en especial de la de más bajos ingresos. La creencia fiel en que se hará mal uso de los recursos (bajo la presunción de que la élite hace buen uso), de que la entrega de dineros permanentes o extras significará el desbande y una catarsis generalizada y permanente y de que las decisiones tomadas de manera colectiva no llevan más que a la imposición de criterios irracionales son parte de la creencia más íntima de la élite neoliberal. No hay que olvidar que este credo se basa en un pensamiento profundamente reaccionario que antepone la libertad individual o libertad como no interferencia, que termina por dar lugar a la ley del más fuerte. La valoración de los grandes conglomerados que son capaces de sobrepasar las regulaciones del Estado y las regulaciones del mercado a pequeña escala es parte de esta premisa hayekiana, como también lo es la contraposición entre libertad negativa y positiva, en la que la protección de ciertas estructuras de justicia social se observa como una intromisión indebida y “antinatural” de la economía.
De este modo, hay otras creencias que se mantienen, aunque los hechos prueben lo contrario. Una es, por principio, no reconocer al Estado como una entidad necesaria y eficiente en el manejo, no solo de los recursos, sino muy en especial del bien común, el que el neoliberalismo solo reconoce presente y posible como consecuencia de la competencia en el mercado capitalista, a pesar de que, en la práctica y para el caso de Chile en especial, acepta las prácticas de colusión y monopólicas.
A pesar de que pueda estar comprobado que el Estado, con sus debidos contrapesos institucionales y mecanismos de control puede conformarse como una entidad que anteponga, priorice y constituya de manera colectiva y democrática el bien común (en EE.UU. a pesar de todo, las instituciones han logrado limitar los actos autoritarios del actual presidente), para el neoliberalismo el mercado capitalista, a pesar de sus “externalidades” DEBE ser la entidad que organice la vida colectiva. Esta premisa es parte de una filosofía, válida en sí misma, pero que no puede imponerse a pesar de sus efectos comprobadamente negativos.
En segundo lugar, está una creencia muy arraigada, que oculta un prejuicio que rara vez se expresa en público, pero que está presente en las élites, muy particularmente las chilenas. Nuestras élites, aquellas que, ya sea por tradición, historia y por una supuesta inteligencia “legada” por Dios, temen, estigmatizan, y aún más, consideran a la ciudadanía y en especial a la de los sectores “vulnerables”, como algo poco menos que sujetos de derecho. Esta creencia por lo demás, se articula muy bien con el credo neoliberal en el cual simplemente no existen derechos.
Y es por este motivo que los dineros que se le entregan, ahora y de manera permanente son y serán entregados siempre a cuenta gotas y bajo criterios de focalización y relevo de pruebas. Esto no tiene como objetivo el mejor manejo de los recursos (en algunos casos todo el aparato burocrático para entregarlos puede ser aún más oneroso), sino también afirmar políticamente que las personas deben solicitarlos y no acostumbrarse a “tener derechos”, con toda la estigmatización que esto supone, para que así, tal como señaló la senadora UDI María José Hoffman con total descaro, no generen dependencia del Estado.
De este modo, lo que no vale para ellos como élite que recibe recursos permanentes del Estado, así como salvatajes en momentos de crisis, sí vale para el resto como consecuencia del estigma y el prejuicio respecto de su/nuestra supuesta incapacidad innata de sostenernos individualmente y de “emprender”. Esto es el voto censitario en todo su esplendor.
En esta línea, la decisión respecto de la entrega de cajas con mercadería se basa justamente en esta creencia; más allá de los beneficios que la entrega de dinero pueda traer en términos de inmediatez, activación de la economía local e incluso focalización, se ha privilegiado la entrega de cajas de alimentos a causa de la total desconfianza en la capacidad de parte de la población de hacer buen uso de los recursos monetarios. Esta política ha privilegiado, con todo el gasto en distribución, compra, preparación y concentración económica que esto ha significado, el predominio de un credo. Manifiesta a su vez, un gesto profundamente antidemocrático, en el que se percibe el horror, temor y prejuicio respecto de “la masa”, tanto en el manejo de los recursos económicos como en el acceso a mayores cuotas de poder.
Como consecuencia de esto, nos veremos una y otra vez enfrentadxs, durante este gobierno y en el marco de este modelo en específico, el cual exacerba lo peor del capitalismo y sin importar las pruebas en su contra, al permanente e incluso caricaturesco intento de la élite económica y política de persistir en este modelo destructivo, aunque esto termine por llevarnos a la más segura catástrofe. Es por esto que solo queda en nuestras manos ejercer una resistencia permanente y creadora, sin dejarnos encantar por sus cantos de sirena.
(Imagen destacada por @perezfecto)