Usos y abusos de la política identitaria

En los últimos años, el filósofo Olúfémi O. Táówò, de la Universidad de Georgetown,  ha alcanzado notoriedad por lo lúcido y agudo que son sus textos en temas como la política identitaria, el cambio climático, las compensaciones por esclavitud y otros. Su primer reconocimiento masivo vino de la mano de un ensayo publicado el año 2020 por la revista inglesa The Philosopher, en donde exploraba las limitaciones de la <<deferencia epistémica>>: es decir, los llamados <<a “escuchar a los más afectados” o “centrarse en quienes están más marginados”>>.

En la práctica, escribió Táíwò, estos llamados consisten, usualmente, en darle voz a alguien como él porque es negro – esto a pesar de ser, además, un profesor titular universitario que creció siendo parte de la diáspora nigeriana con un alto nivel educativo. Si amplificamos solo algunas voces, sostuvo, serviría únicamente como un cambio cosmético y dejaríamos sin atender los problemas estructurales. Más aún, la deferencia obligatoria no permite forjar relaciones autenticas. <<Las mismas tácticas de deferencia que nos aíslan de la crítica>>, escribió, <<también nos aíslan de la conexión y la transformación>>.

Pues bien, sobre la base de aquel ensayo y de un artículo publicado en Boston Review, Táíwò ha publicado un pequeño libro: Elite Capture: How the Powerful Took Over Identity Politics (and Everything Else). La captura de la elite, explica, es un concepto que surgió a partir del estudio de países en vías de desarrollo. En sus inicios el concepto se refería a la tendencia, por parte de la clase alta, a controlar la ayuda exterior; dicho de otro modo, los ricos se enriquecían más. Sin embargo, el concepto abarca también los medios con que las elites se apropian de los proyectos políticos y monopolizan la atención.

La captura de la elite, dice Táíwò,  no <<es una conspiración>> sino más bien <<un tipo de comportamiento sistemático>>. Los sistemas son el tema principal del libro, el que Táíwò desarrolla recurriendo a la filosofía de los juegos. Otra temática es su poca paciencia con los gestos simbólicos y los esfuerzos por evitar la <<complicidad>>  que han priorizado, según él, los verdaderos resultados políticos.

Elite capture incorpora sociología, historia y folclor: Táíwò encuentra lecciones valiosas en fuentes que van desde El Traje Nuevo del Emperador hasta el movimiento independentista de Cabo Verde. Y a pesar de enfocarse en las trampas que los sistemas ponen ante nosotros, tiene la esperanza de que podemos reconocerlas y soslayarlas. <<Independiente de toda nuestra programación social, podemos hacer cosas>>, comenta. <<Podemos hacer aquello que es sancionado; podemos ignorar la potencial recompensa y elegir el premio menor>>.

Conversé recientemente con Táíwò sobre la política de la deferencia, la ludificación de la vida contemporánea y cómo ve el desenvolvimiento de la captura de la elite en la educación universitaria.

En los primeros capítulos del libro usted distingue entre la intención original de la política identitaria y cómo esta se ha ido distorsionando. Menciona que el término fue popularizado por el manifiesto del año 1977 de la Colectiva del Río Combahee (Combahee River Collective), organización socialista queer, negra y feminista, que <<se suponía acogería la solidaridad y la colaboración>>.

Barbara Smith, su cofundadora, cuenta que cuando la Colectiva del Río Combahee estaba teorizando en torno a la idea de la identidad política, de lo que hablaban era de tener un cierto derecho a partir por algo. El derecho a tomar tus propias experiencias muy enserio a la hora de pensar en tus agendas, tus acciones, tus prioridades. También un cierto origen político, un punto de partida. Podías partir pensando en tus prioridades y terminar formando coalición con otras personas, trabajando concertadamente con otros, colaborando. Y eso fue lo que hicieron.

Sin embargo, algunas personas han adoptado las políticas identitarias de manera tal que no permiten la coalición. Y no creo que ese impulso anticoalición sea muy promisorio, políticamente hablando.

También está el hecho de que la elite se ha apropiado de la política identitaria, del derecho y de los gestos simbólicos por medio de las corporaciones. ¿Lo ve como parte de esto?

Ese tipo de cooptación es prevalente, qué duda cabe, especialmente ahora. Me resulta interesante vivir en Washington D.C. y pensar en ello. Cada vez que voy a la pescadería termino conduciendo por lo que hoy es la plaza Black Lives Matter, y la alcaldía responsable de la plaza es también la responsable de aumentar el presupuesto a los departamentos de la policía metropolitana, lo que está en directa contradicción con los objetivos declarados de la lucha por la identidad Negra más importante que se está llevando a cabo en el país.

Hay muchas personas que caen bajo el rótulo de lo que algunos llaman la clase gerencial profesional, gente de la academia o en negocios o quizás en el nivel gerencial medio. Y hablar de políticas identitarias funciona bastante bien para personas como yo, que me encuentro en ese grupo. Ayuda a conseguir charlas o empleos, cosas por el estilo.

La pregunta es, ¿qué tratamos de explicar? ¿Intentamos explicar el comportamiento de quienes hacen aquello? ¿O estamos intentando explicar de manera más amplia la realidad  sistémica/social: que ese es el camino que ha tomado la política identitaria? Hay que alejarse del no tan certero ni tan útil marco de pensamiento respecto a lo honesto o deshonesto que las personas hacen como individuos. Debemos preguntar ¿por qué son ellos los que están ganando? Y aquello se explica mejor gracias a mayores equilibrios sociales de poder, que por personalidades o falta moral.

A lo largo del libro utiliza con mayor frecuencia el término “políticas de la deferencia” y no así “políticas identitarias”.  ¿Nos puede decir cómo ve la relación entre ambos?

Una de las cosas que a veces se malentienden sobre mi trabajo es que estoy a favor de las políticas identitarias. Creo que la política identitaria es grandiosa. Quién eres y dónde te encuentras dentro de la sociedad afecta lo que sabes, afecta lo que deseas, afecta lo que puedes hacer. Son cosas que, conscientemente, valen la pena tener en cuenta.

¿Cómo las deberíamos de tomar en cuenta? Esa es la pregunta a la que la política de la deferencia da respuesta, y según como lo veo, no es una buena respuesta. Según esta, “debes descubrir quienes están marginados o, quizás, quienes están más marginados que tú, y debes ceder a su juicio. Debes tomar en cuenta su juicio político, sus afirmaciones de conocimiento – si es que hablamos de conocimiento y epistemología –, su orientación política.   

Y para ser claro, no creo que nunca debieras hacerlo. Solo creo que, como orientación predeterminada de la política, se equivoca en muchos aspectos. Es un tanto conveniente. Y una de las razones de por qué lo es, es que siempre puedes – porque personas de identidades, posiciones sociales e historias personales distintas llegan a conclusiones distintas – encontrar a quien concuerde contigo, ¿cierto? Por lo que la epistemología de la deferencia, o política de la deferencia, suele ser meramente estética si lo que haces deriva en un juicio político independiente y abofeteas la cara o identidad de otros con ella. 

Pero también lo considero injusto. Porque si bien debemos rechazar y desconfiar de las formas de pensar asuntos políticos que ignoran las perspectivas marginadas, también debemos desconfiar de los enfoques que aparentan apoyar (tokenize)[1] las perspectivas marginalizadas. Todos cometen errores, todos tienen una perspectiva parcial. Y estos no son problemas de los que podamos deshacernos si simplemente adoptamos la perspectiva de otro, incluso si la perspectiva de ese otro es potencialmente más precisa que la nuestra.

Como alternativa para la política de la deferencia, usted propone una <<política constructiva>> que se enfocaría en el resultado por sobre el proceso: <<la búsqueda de objetivos o resultados concretos, más que la mera evasión de la “complicidad” en la injusticia o la promoción de principios puramente morales o estéticos>>. ¿Cree que existen riesgos al enfatizar los resultados por sobre el proceso?

Sin duda que hay riesgos asociados. Y pienso que en general los riesgos deben aceptarse.  Lo único que es seguro es el estado actual de las cosas, y si queremos ir más allá, pues nos adentramos en el reino de lo riesgoso.

Dicho lo anterior, creo que los riesgos que se presentan son particularmente serios. Existe una larga historia de diferentes formas de activismo o de búsqueda de justicia en donde se pasa a llevar a otros para obtener una ventaja, y eso no es algo que debamos tomar a la ligera si queremos evitarlo.

Pero sí creo que una de las maneras en que intentaría pensar al respecto sería ampliar lo que consideramos como resultados. Por lo tanto, el resultado principal en torno al cual nos organizamos podría ser la creación de un sindicato en esta empresa o algo por el estilo. Ese puede ser el resultado principal sin que sea la única consecuencia a la que prestemos atención. Deberíamos valorar a las personas con quienes nos organizamos como fines y no como medios – si se me permite emplear un lenguaje kantiano, cosa que me entristece mucho hacer, pero en el que tiene razón. Las demás personas no son solo herramientas que satisfacen nuestros propósito políticos, ¿cierto? Si hacemos todo esto porque nos interesa la justicia, y si esta es, al fin de cuenta, una concreción de nuestra preocupación por los demás, entonces no tiene ningún sentido que los tratemos como herramientas.

Por eso considero que una mirada constructiva tiene que ser en sí misma un modo de mirar al mundo con un profundo núcleo moral, y no simplemente este realismo maquiavélico que a veces las personas consideran apropiado dada las dificultades de la lucha política.

Pienso que lo que se malinterpreta algunas veces respecto de mi postura es que estoy a favor de las políticas identitarias.

Pareciera que cuando se refiere únicamente a la evasión de la complicidad o a los principios puramente morales o estéticos, está criticando a aquella preocupación por la propia  pureza personal, en lugar de cómo uno contribuye o no, a cualquier otro resultado.

Exactamente. ¿Soy una persona buena o mala por esto que he hecho? ¿Soy tan radical?

¿Puede comentarnos un poco sobre cómo ve esa preocupación por la pureza personal que se está llevando a cabo hoy en día al interior de la academia?

Leo muchos artículos académicos en donde cada movimiento que se hace en él, o en el libro, consiste en citar a la persona correcta, o evitar usar un lenguaje problemático; de eso trata todo el artículo. Nada más que de eso. Conozco a muchas personas que realizan labores sin fines de lucro – como ayudar en la reducción de la hambruna, etc. –  que se cuestionan fuertemente si incentivan el complejo del salvador blanco. No es que no importe cómo hablas. Tampoco que hagamos preguntas sobre estos temas. Sino que ¿cómo hemos llegado a tal punto en donde importa más que las personas se centren en esas preguntas y no en las consecuencias reales de lo que están haciendo? Eso es lo que me atormenta.

Usted cita el trabajo de C. Thi Nguyen sobre la filosofía de los juegos y señala que el capitalismo en sí es un sistema lúdico, y que generalmente las élites <<manipulan y controlan a otros con tácticas similares a la empleadas en los juegos>>. La educación es otro ámbito con analogías de juegos obvias, en términos de admisión, grados, etc., y para los profesores, publicaciones, referencias, etc. ¿Qué nos puede decir sobre los aspectos similares a los juegos que tiene la educación superior y cómo han evolucionado?

El trabajo de Thi fue realmente de gran ayuda por un par de razones. Una de ellas es la manera que tiene Thi de explicar cómo los ecosistemas de interacción pueden terminar operando a modo de juego. Uno de los conceptos claves para él es la “claridad de los valores”. Y una de las razones de por qué los dominios de la interacción se ludifican, es por la existencia de normas o métricas claras, de cuantificaciones que permiten tomar prácticas que son ricas y complejas,  vinculadas a muchos valores, y simplificarlas para que giren en torno a normas y métricas reducidas, pero fácilmente identificables. En educación, los valores iniciales serían las nociones de convertirse en un adulto, en miembro de la comunidad y ciudadano. En un país o estado sería tener una economía floreciente y una vida hogareña e intelectual. Esas son ideas ricas y difíciles de precisar. Pero cuando se introducen nociones como el promedio de calificaciones y retorno de la inversión, entonces se introduce la claridad del valor. Porque esas cosas son fáciles de medir. Y el comportamiento de las personas dentro de estas instituciones intenta, finalmente, optimizar dichas métricas. 

¿Puede ser más específico en cuanto a cómo se manifiesta en la universidad, especialmente en el último tiempo?

Considero que uno de los mayores cambios que han ocurrido son el ritmo y la organización del trabajo en torno a las publicaciones. El número de publicaciones es en sí una métrica, es una respuesta a otras métricas como lo son el número de citaciones, el índice h y otras tantas. Y cada vez se nos incentiva más a confinar nuestro trabajo intelectual a aquellos mecanismos que aumentan nuestras cifras. Mientras tanto, el planeta está prácticamente en llamas. Y no somos capaces de  producir, especialmente en las ciencias sociales, y quizá en menor medida en las humanidades, el suficiente tipo de trabajo y de compromiso que respondería a una crisis política de la magnitud y seriedad que eso requiere. Esto afecta las preguntas que hacemos, afecta el cómo las respondemos y, sobretodo, afecta a quién le respondemos. Todo conspira para darles a nuestros pares – que son nuestros posibles revisores – la suficiente importancia para tenerlos siempre presentes en nuestros pensamientos.

Hacia el final del libro menciona que el hecho de que haya experimentado su cuota de experiencias traumáticas <<no es una carta que se pueda jugar en una interacción social ludificada o un arma para esgrimir en una batalla por el prestigio>>. ¿Leyó el reciente artículo de Rachel Aviv en el New Yorker acerca de la estudiante de Penn a quien la universidad pareció aceptarla por tener un pasado traumático, pero que luego – en cuanto algunas personas vieron el caso – rechazaron por no ser realmente traumático? ¿Cuál fue su opinión al respecto, y cómo se relaciona con la ludificación?

Estoy al tanto del caso. No lo leí por completo, así que no quiero decir mucho sobre él. Solo diría, en términos generales, que sin duda hay una ludificación con respecto al trauma. Se lo esgrime de varias maneras, a menudo como una credencial. Y pienso que va de la mano con la instrumentalización de todo ámbito dentro de un entorno hipercompetitivo. No quiero acusar a nadie de ser poco sincero; solo creo que, ecológicamente hablando, es el tipo de comportamiento que está siendo recompensado y seleccionado de varias maneras.

No creo que sea realmente útil para nadie, excepto quizá para las instituciones que sacan réditos por afirmar que son un refugio seguro para quienes hayan experimentado traumas, cuando en realidad no lo son.

Dicho lo anterior, tomarse el trauma en serio, en lugar de ocultarlo y pretender que no existe, es un avance positivo. El fenómeno específico de esgrimir el trauma como una suerte de credencial, no es algo que yo vea como positivo.

¿Cómo opera la captura de la elite al interior de la educación superior?

De muchas maneras: dominando por medio de teorías y enfoques investigativos provenientes de las universidades R1[2] en el Norte global[3]. Está la enorme capacidad investigativa de un puñado de investigadores que están en la cima de sus disciplinas. Incluso la cobertura que dan los medios está inclinada por la jerarquía académica. Todos hemos leído un millón de artículos sobre política universitaria de universidades de la categoría de Harvard, Yale y UPenn, mientras que estudiantes de CUNY y Howard e institutos profesionales enfrentan enormes crisis de recursos y problemas con la infraestructura física básica. Ya sea que hablemos de dinero para financiamiento, como si nos referimos al conteo de citas u otras métricas de atención, o si hablamos de cobertura informativa, el mismo tipo de sesgo se produce hacia la parte superior de las distintas distribuciones.

¿Qué conclusión desea que la gente saque del libro?

Básicamente la tesis es que la captura de la elite es más un comportamiento sistémico que un comportamiento individual o incluso de clase. Es algo que las sociedades hacen. Y algo que hacen esencialmente cuando las restricciones a la impunidad, que normalmente son organizaciones de personas que no pertenecen a la elite, se vuelven más débiles que el propio poder de las elites. Debemos construir algo que permita desafiar la dominación que ejerce la elite sobre varios aspectos de la sociedad. Ellos son los sospechosos de siempre, como los sindicatos. Ellos podrían incluir formas de organización más novedosas, como sindicatos de deudores. Eso es lo esencial que me gustaría que se rescatase de la tesis.

Artículo escrito por Rebecca Tuhus-Dubrow

Traducción: Francisco Larrabe (integrante Equipo Editorial – Revista Heterodoxia)

Publicado el 11 de mayo de 2022 en https://www.chronicle.com/article/on-the-uses-and-abuses-of-identity-politics


[1] Tokenism: “ La práctica de, por ejemplo, contratar a personas pertenecientes a un grupo minoritario solo para evitar críticas y aparentar que se las trata bien” (via Merriam Webster). La contratación en un simple cambio cosmético.

[2] Las universidades R1 son aquellas que están en el nivel más alto de investigación.

[3] Países como Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, naciones de la Unión Europea, así como Singapur, Japón, Corea del Sur, e incluso algunos países del hemisferio sur, como Australia y Nueva Zelanda.

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