Dylan Thomas a la altura de su mito

Dieciocho años le bastaron a Dylan Thomas (1914-1953) para saber que querría dedicar su vida a ser poeta a tiempo completo. Sin embargo, esta dedición también suponía elegir una vida cuya intensidad la haría breve, pero eso no representaba un problema para él. Es que la actitud que debía tener un poeta, bajo su entendimiento, era tan importante como escribir poesía. No solo bastaba con serlo sino parecerlo, y la sumatoria de estos elementos –ser y parecer– debían culminar con un resultado unívoco: el de Poeta, con mayúscula.

Con este propósito, luego de descartar a los poetas de salón que despreciaba, buscó modelos deseables en las leyendas de los denominados escritores malditos, y su vida, finalmente, no estuvo exenta del tormento y las dificultades de quienes tomó como referencia.

A lo largo de su infancia, desde muy pequeño, el gusto por la literatura le fue inculcado por su padre, que intervino en su educación para recomendarle qué leer y cómo escribir. Así, le transmitía su pasión al leerle por las noches a Shakespeare y, pese a dar muestras de ser un niño tímido e introspectivo, a los siete años era capaz de repetir de memoria sus versos apenas alguna ocasión lo ameritara en su colegio. Quizá por este mismo motivo, por sus rasgos de personalidad, encontró en la literatura una actividad que se adaptada a sus intereses y en la que se cobijó, porque así hallaba el refugio contra las exigencias de volcarse hacia los otros sin perder por ello el desarrollo de su mundo interior. Inquietud que lo acompañaría siempre y que, cuando cumplió dieciocho, la tradujo en una carta dirigida a su amigo Trevor Hughes, en la que también exponía cuál era según su apreciación la diferencia entre quienes poseían una sensibilidad artística de quienes no:

Todos debemos vivir en el mundo exterior, sufrir, en él y con él, disfrutar de sus cambios y desesperarnos a causa de ellos, sobrellevar, con normalidad la rutina del hacer-dinero, enamorarnos, casarnos y morir. También tú debes hacerlo. Lo que diferencia al verdadero artista de su prójimo es que eso, para él, no es el único mundo. El verdadero artista posee también el esplendor interior […] El sufrimiento colorea los lugares interiores y quizá les añade belleza. También la felicidad. […] Puede que las más grandes obras de arte sean aquellas que reconcilian, perfectamente, lo interior y lo exterior. (citado en Tremlett, 1996: 95-96)

Pero además de la conciliación entre los mundos externo e interno, que trataría en su poesía, se le sumaba también la preocupación por buscar el reconocimiento de sus pares, ayudado por la actitud de poeta. Tal vez esa haya sido la razón que gatilló el impulso por decidirse a escribir poemas que pudieran ser leídos en voz alta; o quizá el motivo sea más sencillo, al remontarse al hecho de que así podría despertar el interés de otros en la literatura de igual forma como se forjó el suyo, cuando su padre le leía. Lo que sí es cierto, en cambio, es que esta decisión fue determinante y le significó convertirse muy tempranamente en un poeta reconocido, que no solo daba prueba de su talento, sino que construía una imagen de autor con la que más tarde obtendría su fama mundial y sería recordado después de su muerte.

Los testimonios de quienes lo conocieron dan cuenta que Dylan Thomas era reacio a establecer amistades sinceras, más bien tenía amigos por conveniencia. Formó una familia que desatendió por ir en Gales de bar en bar contando anécdotas, chistes o recitando poemas. De allí vendría su fama de bohemio, de desleal con sus cercanos y de llevar una desastrosa vida familiar; como así también, por despreciar los bienes materiales, de ser tacaño, de vivir de la caridad ajena y abusar del pedido de préstamos sin realmente necesitar el dinero. Todo eso le valdría convertirse en esa figura mítica que ha trascendido más allá de su trabajo, en el personaje que no le molestaba y que colaboró en crear para sí.

En 1934, a los veinte años, tras buscar un editor que pudiera leer sus poemas, encontró a un excéntrico que quiso publicar su primer libro, 18 poemas, hoy considerado entre los más célebres de toda su producción. Su tiraje inicial consistió en 250 copias, que se agotaron en un breve lapso de tiempo pese a tratarse de poesía. Sin embargo, su entrada al mundo de las letras fue truncada por un olvido. Para su lanzamiento, su editor organizó una fiesta en la que participaron los principales personajes literarios de Gales, aunque no así su protagonista. Al día siguiente de la celebración, Thomas se encontró en la calle con el editor y este le preguntó qué le había parecido la fiesta, a lo que el poeta respondió que le habían contado que estuvo muy bien y que era una lástima que no lo hayan invitado. Pero no importaba, porque más tarde sus lectores reales se encontrarían en otro lado, motivados por la fama de leer a un poeta alcohólico y seductor que él mismo se encargaría de exacerbar, cuando en realidad tenía poco aguante para la bebida y era torpe con las mujeres.

Con 18 poemas, su fama comenzó a crecer, pero no así sus ingresos económicos. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial la crisis afectó severamente a los Thomas. Diversos diarios y revistas donde el poeta trabajaba cerraron y a ello se le sumaba también el miedo a ser reclutado para ir a pelear en el frente, como se hacía con la gente de su edad. Buscó por todos los medios escapar de la guerra, porque se negaba a la posibilidad de verse enfrentado a matar y no le interesaba servir a la patria. Así que barajó la posibilidad, en caso de ser llamado, de declararse objetor de conciencia. Hasta que un día el tribunal lo citó para dictar veredicto de si era apto o no para ser soldado y la noche anterior, esta vez a causa de los nervios, se emborrachó en un bar. Al día siguiente, se presentó ante los jueces entre temblores por la resacar y al verlo en ese estado concluyeron que no estaba médicamente apto. La noticia la tomaba con sorpresa, pero no con humildad. Su actitud fanfarrona lo llevó a ir a celebrar a un bar y, entre copa y copa, presumía ante sus amigos el haber logrado tal hazaña de la que muchos de ellos no pudieron escapar. Sin embargo, librado de la guerra, aún le quedaba por resolver las complicaciones económicas. Mientras tanto, la Stand Films, dependiente de la BBC, lo contrató para un trabajo esporádico que consistía en escribir guiones e interpretar producciones dramáticas en la radio. Ese iba a ser todo su aporte al país mientras durara la guerra, con el que pudo repuntar económicamente, aunque seguía pidiendo préstamos a sus amigos, incluso a los que ganaban menos que él. Pero como destacó en la radio, más tarde George Orwell fue el primero en ofrecerle un trabajo estable, como recitador de sus poemas y relatos en el Servicio del Este de la BBC, el cual le dio la posibilidad de acceder a un público masivo, porque este medio era el principal entretenimiento familiar de la época.

Su fama como poeta alcohólico junto a sus ingresos aumentaban a la par, como así también la intensidad de su vida nocturna. Pero el mito que forjaba Thomas era solo eso, un mito. Prueba de ello lo relata Julian MacLaren-Ross (2011), en un texto autobiográfico dedicado a los años que trabajó con él en la redacción de guiones. Un día Thomas llegó a la oficina absolutamente resfriado y MacLaren-Ross le planteó la idea de comprar una botella de whisky para guardarla en su escritorio en caso de necesitar un trago, pero el poeta, contrario a lo que se creería, consideró la propuesta una locura, ya que no concebía tomar alcohol en horas de trabajo.

Entre 1945 y 1953, pese a que tenía ingresos respetables y era portador de una fama mundial que le significó realizar diversas giras pagadas para leer poemas en Estados Unidos, vivió de la caridad ajena. Una fan, llamada Margaret Taylor, al considerarlo un genio, le financió el arriendo de una casa para él y su familia, e incluso pagó sus constantes rondas en los bares.

Durante sus últimos años de vida, en una de estas giras por Estados Unidos, fue invitado a la fiesta de inauguración de la casa que Charles Chaplin acababa de comprar en California. Rodeado de celebridades, la tarde del evento Thomas la pasó con Marilyn Monroe tomando ginebra y la historia cuenta que llegó a ella totalmente borracho. Oona O’Neill, que parecía ser la única capaz de recibirlo en ese estado, le ofreció una taza de café antes de hacerlo pasar al salón principal y cuando ingresó donde los invitados se encontraban reunidos, Chaplin tocaba en un piano una vieja canción que le recordaba a su padre. De los comensales, el único que parecía cantarla era el hijo de Chaplin, así que Thomas fue hacia él, lo tomó de las manos y lo hizo girar mientras se sumaba a su canto. Pero cuando Chaplin se percató de lo que sucedía, golpeó con fuerzas las teclas del piano, se levantó de la silla y dijo a su público que ni siquiera la gran poesía –no era una referencia a la escrita por Dylan Thomas, por cierto, al que probablemente no había leído, sino la letra de la canción– podía tolerar tan borracha actitud.

En su cuarta y última gira a los Estados Unidos, en 1953, tenía programado ir a Hollywood a trabajar en un guion junto a Igor Stravinsky, pero desde que bajó del avión ya se le veía cansado por el exceso de trabajo y deprimido, porque pensaba que su matrimonio había fracasado. Sin embargo, tenía razones para estar así, le quedaban pocas semanas de vida. El día cuatro de noviembre les comentó a sus acompañantes sobre su agobio y sobre la necesidad de bajar a la calle a tomar una copa. En total, les dijo, no debía demorar más de media hora, pero volvió al departamento después de una hora y media y cayó rendido sobre los brazos de la mujer que lo acompañaba. Esa escena, posteriormente, quedaría inmortalizada dentro de la historia de la literatura mundial, ya que su última frase, antes de entrar al coma del que no saldría, habría sido: “he bebido 18 whiskys, creo que ha sido todo un récord”. Pero la frase, popularizada por John Malcolm Brinnin en su biografía Dylan Thomas in America, ha sido desmentida por su esposa Caitlin y sus biógrafos posteriores también han dudado de ella. ¿Pudo Dylan Thomas soportar tal cantidad de alcohol sin antes haber tenido una intoxicación etílica en el mismo bar, sabiendo que los testimonios señalan que tenía poco aguante para la bebida? Esa es parte de los tantos mitos que han girado en torno a él.

Cuando Caitlin supo que estaba internado, viajó a Nueva York para acompañarlo, pero finalmente, un cuatro de noviembre, murió. Su cadáver fue llevado de vuelta a Laugharme, en donde fue enterrado el día veinticuatro de ese mismo mes.

Su obra literaria dejó algunos libros notables –18 poemas; 25 poemas; Retrato de un artista cachorro; su obra radiofónica Bajo un bosque lácteo; y Collected Poems–. De su personaje, en cambio, aún quedan historias por comprobar. Y es que encarnar en vida un mito popular puede traducirse en envolver a dicha persona de un aura que está por sobre lo que fue en la realidad. En ella hay una búsqueda por inmortalizar la imagen de quien la soporta, que no da lugar a los matices. Todo lo contrario, los defectos son transformados en virtudes y esa imagen idealizada se vuelve un todo, donde lo reprobable pareciera ser perdonado por ser constitutiva de las personalidades cuyo genio las llevó a destacar en un área. Es el caso de los artistas o, más específicamente, fue el caso de Dylan Thomas: el poeta galés que siempre buscó estar a la altura de lo que se esperaba de él.

Bibliografía

MacLaren-Ross, Julian (2011). Noches en Fitzrovia. Buenos Aires: Editorial La Bestia Equilátera.

Tremlett, George (1996). Dylan Thomas. Amparado por la gracia. Barcelona: Editorial Circe.

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