La idea de un centro político moderado y neutral no es más que un prejuicio de aquellos a quienes el sistema favorece, pero que es adverso con quienes no.
La idea de que todas las posiciones políticas son de algún modo la desviación de un centro imparcial es en sí misma una postura política que evita que expertos, periodistas, políticos y muchos otros actores den cuenta de algunos de los prejuicios y suposiciones más desagradables e impactantes de nuestro tiempo. Yo pienso que esta postura, que insiste en que el centro no está sesgado, que no está influenciado por agendas particulares, prejuicios y malinterpretaciones destructivas, es una inclinación en favor del statu quo. Lo que subyace en la idea del centro es la creencia de que todo marcha perfectamente bien, que deberíamos confiar en quienes están al mando pues el poder confiere legitimidad, que aquellos que quieren un cambio radical son demasiado escandalosos, exigentes o irracionales, y que todos deberíamos llevarnos bien sin tener que mirar el muerto en el ropero y la mugre bajo la alfombra. La defensa por el centro es mayormente un prejuicio de aquellos a quienes el sistema favorece en desmedro de otros.
El otro día leí un tuit que decía que el Servicio Secreto de los Estados Unidos o bien fue incompetente o cómplice al no prever la insurrección del pasado 6 de enero. El autor del comentario no contempló la tercera opción: que el Servicio Secreto no fue capaz de ver más allá de la premisa de que hombres blancos conservadores de mediana edad no representan amenaza alguna para la democracia y el estado de derecho, que funcionarios electos en posiciones de poder no estaban azuzando una revuelta o algo peor, y que el peligro lo representan los extranjeros y otros grupos. Hace ya una década, cuando viajé al norte de Japón con ocasión del primer aniversario del gran terremoto y tsunami de Tohuko, me contaron que la enorme ola de agua negra de más de 30 metros de altura fue un espectáculo tan inconcebible que algunas personas no pudieron dar credibilidad a lo que veían y no lo percibieron como peligro. Otros asumieron que el tsunami no sería más grande que aquellos de los que tenían recuerdos y no buscaron refugio en lugares de mayor altura. Muchas personas murieron al no ser capaces de ver lo inesperado.
Las personas no son capaces de reconocer aquello que no encaja dentro de su visión de mundo, razón por la cual aquellos que están en el poder no han sido capaces de responder adecuadamente a décadas de terrorismo cometido por hombres blancos: asesinatos motivados por los derechos reproductivos, violencia racial en iglesias, mezquitas, sinagogas y otras, homofobia y transfobia, la pandemia de la violencia misógina que está detrás de tiroteos masivos, ataques en contra de ambientalistas y la supremacía blanca entre las filas de la policía y el ejército. Hasta que por fin este año el fiscal general de Estados Unidos, Merrick Garland, llamó a este terrorismo por su nombre y lo identificó como “la amenaza más peligrosa para nuestra democracia”. Se asume con frecuencia que el crimen y los desordenes son cometidos por los extranjeros, “ellos”, no “nosotros”: es por esto que las protestas del movimiento Black Lives Matter del año pasado fueron retratadas constantemente por los conservadores, y en ocasiones por los sectores más liberales, como mucho más violentas y destructivas de lo que fueron en realidad, facilitándole a la derecha el poder demonizar a los inmigrantes.
La violencia y la destrucción que tuvieron lugar en las protestas de Black Lives Matter o en torno a ellas fueron a menudo causadas por la extrema derecha. Incluyendo el asesinato de un guardia en una corte federal de Oakland, presuntamente cometido por un sargento de la fuerza aérea y miembro de los Boogaloo Boys, mientras se llevaba a cabo una protesta de BLM en los alrededores. Los reportes también incluyen algunos de los incendios provocados en Minneapolis poco después del asesinato de George Floyd, como también ataques a los protestantes. El periódico USA Today reportó 104 ataques de atropellos a multitudes, muchos de ellos motivados políticamente.
Nunca nadie ha amado más el statu quo que el comité editorial del New York Times, que recientemente redactó una editorial declarando como un error para “los organizadores de la Marcha del Orgullo en Nueva York… reducir la presencia de las fuerzas policiales en la conmemoración, incluyendo la prohibición de que la policía uniformada y oficiales de correccionales puedan marchar como grupos hasta el año 2025”. Para el caso contactaron a una lesbiana de color que además es policía y se centraron en ella sintiéndose “devastada”, más que enfocarse en la lógica detrás de la decisión. La Marcha del Orgullo conmemora el levantamiento que tuvo lugar en el bar Stonewall en 1969 en contra de la violencia policíaca y la criminalización hacia la identidad y comunidad queer.
Los oficiales de policía no tienen prohibido en absoluto participar de la marcha sin uniforme, si es que así lo desean, pero esto no es suficiente para los editorialistas del “¿no podemos llevarnos todos bien?”, quienes también escribieron: “Pero prohibir que oficiales LGBTQ puedan marchar es una respuesta politizada y no es digna de la importante búsqueda de justicia para los perseguidos por la fuerza policial”. Se quiere gritar a viva voz de que la marcha es política, cuando precisamente la persecución y la desigualdad han hecho que ser LGBTQ sea un asunto político; además, la decisión de incluir a la policía no sería menos política que excluirla. ¿Y quién decide si es digno o no? La idea de que existe algo así como un estado mágicamente apolítico al que todos deberíamos aspirar es clave para esta postura política y el porqué se rehúsa a reconocerse como tal. Cree que habla desde un terreno neutral, razón por la que siempre describe un paisaje de montañas y abismos como si fuese un campo de juego nivelado.
En cuanto a la violencia de género, la inclinación hacia el statu quo se repite una y otra vez, en especial como negación o incapacidad para reconocer que un hombre de estatus elevado, o un joven, ya sea un magnate del cine o un deportista de secundaria, también puede ser un criminal. Quienes no creen en las acusaciones, sin importar cuán verosímiles sean estas, a menudo las descartan y culpan a la víctima (o peor aún: reportar una violación a menudo conlleva a amenazas de muerte y otras formas de acoso e intimidación con el fin de hacer desaparecer una verdad incómoda). La sociedad tiene una gran falta de imaginación cuando se trata de entender que los depredadores tratan en secreto a sus víctimas de estatus inferior de manera distinta a como lo hacen en público con sus pares de estatus superior, y esta falta de imaginación niega la existencia de dicha desigualdad aún cuando la perpetra.
Esta falta de imaginación nace del respeto irrestricto hacia el poderoso – suelo pensar en todos esos idiotas que insistían en averiguar “en qué momento Trump se convirtió en presidenciable”, incapaces de comprender que su incompetencia era tan evidente como su corrupción y malicia, quizás porque el respeto que tienen hacia la institución se extendió inexorablemente hacia el timador que irrumpió en ella. El centrismo es un sesgo tanto político como institucional, y todas nuestras instituciones han perpetrado históricamente la desigualdad. Reconocer este hecho implica deslegitimar ambos sesgos; negarlo significa aceptarlos. Piense en usted mismo como alguien que está del lado de la bondad al mismo tiempo en que insiste en que ningún cambio radical está pendiente. Alguien de extrema derecha podría celebrar y perpetrar el racismo o la brutalidad policiaca o la cultura de la violación; alguien moderado podría sencillamente restarle importancia a su impacto, sea en el pasado o en el presente.
Reconocer la omnipresencia del abuso sexual es tener que escuchar tanto a los niños como a los adultos, a las mujeres y a los hombres, tanto a los subordinados como a los jefes; significa poner de cabeza las viejas jerarquías respecto a quienes deben ser escuchados y dignos de confianza, romper los silencios que protegen la legitimidad del statu quo. Más de 95 mil personas presentaron reclamos en la demanda por abuso sexual en contra de Boy Scouts of America, y todo lo que se necesitó para mantener a los niños callados mientras los cientos de miles de abusos ocurrían es una tremenda falta de voluntad por escuchar y quebrantar la fe en una institución que era parte del mismo statu quo – y en muchas formas un sistema de adoctrinamiento para el mismo.
Previo a la guerra civil los centristas fueron apáticos o abiertamente reticentes a poner fin a la esclavitud en Estados Unidos, y después, en las décadas previas a 1920, se resistieron a darles derecho a voto a las mujeres. El movimiento por los derechos civiles no fue ni siquiera tan popular en su tiempo como creen los moderados a quienes les gustan las citas más comedidas de Martin Luther King jr. El propio King declaró célebremente, “Casi he alcanzado la lamentable conclusión de que el principal obstáculo para los negros en su lucha por la libertad no son los supremacistas del White Citizens’ Council, ni los miembros del Ku Klux Klan, sino los blancos moderados, que están más preocupados por el “orden” que por la Justicia; que prefieren una paz negativa, plasmada en la ausencia de tensión, antes que esa paz positiva que la presencia de la Justicia proporciona…”. Como lo señala King, el statu quo siempre está cambiando, y son los centristas quienes se resisten a menudo a cambios que amplían los derechos y la justicia, y se presentan más permisivos con los esfuerzos de la derecha por restringir los cambios en favor de más desigualdad y más autoritarismo.
Un estudio reciente parece contener los mismos sesgos al afirmar que “medimos la actividad cerebral de partidarios comprometidos que veían videos políticos reales. A pesar de que todos los partidarios vieron los mismos videos, las respuestas cerebrales divergen entre liberales y conservadores, reflejando así diferencias en la interpretación subjetiva de la grabación. Esta percepción polarizada fue exacerbada por un rasgo de personalidad: intolerancia a la incertidumbre”. La investigación pareciera asumir que muchos, incluso en el extremo del espectro, mantienen fuertes creencias y son intolerantes a la incertidumbre, ¿pero quién es más intolerante con la incertidumbre que aquellos que quieren hacer creer que la autoridad es digna de confianza, que ningún secreto merece ser revelado y que no se requiere de un cambio urgente?
Otra falacia de la postura centrista es que tanto derecha como izquierda son simétricamente extremas. La violencia de la izquierda es un experimento fallido que se desvaneció en la década del setenta. Además, en los últimos años las voces más fuertes de la izquierda han tendido a decir verdades importantes; en cambio la derecha ha publicado mentiras a la vez que se oponen a derechos humanos básicos. Un ejemplo obvio es toda la falsedad que han montado respecto del aborto para justificar la negación del acceso a este. Otro ejemplo es el debate en torno a la crisis climática. Activistas y científicos han venido diciendo por años que nos encontramos en una situación extrema que demanda cambios profundos. Sin embargo, el llamado al cambio es tildado de extremista y no como una respuesta necesaria a la crisis planetaria extrema. Esta semana la Agencia Internacional de la Energía (IEA por sus siglas en inglés) se sumó tardíamente a lo que grupos climáticos han venido insistiendo hace años: poner fin a la exploración y extracción de nuevos combustibles fósiles, un cambio importante que ahora se reconoce como razonable y necesario para preservar un planeta que sea habitable.
¿Fue radical tener razón todos estos años? Lo que se denomina como izquierda suele estar más adelantada en los debates, al menos en lo que se refiere a derechos humanos y justicia ambiental; la derecha por lo general niega la existencia del problema, ya sea con los pesticidas y desechos tóxicos o con la violencia doméstica y el abuso infantil. No hay simetría. Muchas posiciones de lo que ahora se consideran como moderadas o también llamadas centristas, se consideraron radicales hace no mucho tiempo atrás cuando en el país se apoyó la segregación, se prohibió el matrimonio interracial y luego el matrimonios entre personas del mismo sexo, se impidió que las mujeres ocuparan algunas posiciones sociales y las personas queer otras, y se excluyó a personas discapacitadas de prácticamente todo. El centro político es un sesgo, y como tal, importa.
Escrito por Rebecca Solnit, es columnista del Guardian US. También es la autora de Los Hombres me Explican Cosas y La Madre de Todas las Preguntas. Su libro más reciente se titula Recuerdo de mi Inexistencia. Otros títulos son Wanderlust y Una Guía Sobre el Arte de Perderse.
Publicación original The Guardian | 21 de mayo 2021
Traducida por: Francisco Larrabe – Integrante Equipo Editorial Revista Heterodoxia