Editorial
Los eventos electorales recientes, de victorias y derrotas, y la articulación de fuerzas emergentes de izquierda fuera del cuadro de partidos legales, han revivido la discusión sobre el rol del acuerdo del 15 noviembre del 2019.
No es la primera ni será la última vez que las trayectorias políticas estén cruzadas por acciones contingentes que “dividen aguas”. Hasta hace muy pocos años aún, rondaba en los viejos circuitos de izquierda chilena el diagnóstico de que el rol jugado por el MIR durante la Unidad Popular funcionó como un caballo de troya para la realización del golpe de Estado. Antes de eso, cada organización socialista chilena que quebraba por estar a favor o en contra del apoyo a un presidente se llevaba el nombre de “socialista” consigo; más atrás, la moderación del Partido Democrático chileno promovió la creación de Partido Obrero Socialista, y así se podría continuar con ejemplos nacionales e internacionales. Lo importante de estas contingencias es caracterizar específicamente qué contenido sellan y qué proceso político “abre u obliga”.
En esa dirección, el acuerdo del 15 noviembre (15N) del año 2019 selló un proceso político ascendente de lucha social de masas, principalmente callejera y sin participación electoral activa, y “abrió-obligó” a ese mismo proceso político a desplegar una política electoral de masas en un estrecho margen de tiempo.
Cuando a inicios del siglo XX irrumpieron los partidos de masas, creados por las diversas izquierdas del mundo, su estrategia abarcó también una política electoral a través de redes nacionales de periódicos mediante un despliegue comunicacional autónomo: realizaban talleres o escuelas formativos en diversas materias y crearon frentes juveniles, de trabajadores o pobladores para fidelizar electorado. En la actualidad, tal itinerario parece poco probable debido a la escasa densidad de los partidos existentes y al estrecho margen de tiempo que conlleva este escenario, sin embargo, tanto la fuerza electoral institucional como emergente no pueden eludir aquello sin quieren resistir el ciclo electoral.
Una política electoral de masas no es cosa sencilla, principalmente porque se confunde con las alianzas políticas (agregación) o con el trabajo territorial (activismo). Sumar fuerzas activas y con base electoral es sin duda una tarea relevante propia de la articulación política y qué duda cabe del trabajo territorial y el desarrollo de fuerzas sociales vivas en la cotidianidad. Sin embargo, una política electoral de masas combina una estrategia comunicacional propia o autónoma, una pedagogía de la participación electoral y un espacio social de interacción permanente que construya la fidelización electoral.
Si las izquierdas institucionales y emergentes, articuladas tras el 18 octubre, no construyen una hoja de ruta en esa dirección, es poco probable que resistan el itinerario electoral sin “derechizar” sus aspiraciones, creyendo que el nuevo ciclo electoral es un problema de agregación (alianzas) dependiendo de uno u otro resultado favorable o desfavorable y no una real política electoral de masas.