El pasado 4 de mayo tuvieron lugar las elecciones autonómicas de la Comunidad de Madrid. A nadie se le escapa que no eran unos comicios regionales más. La excepcionalidad ha sido la norma en una jornada marcada por la pandemia de la COVID-19.
En primer lugar, estas elecciones no deberían haberse producido, según el calendario ordinario, hasta 2023. Sin embargo, una operación fallida en la Región de Murcia, protagonizada por el Partido Obrero Socialista Español (PSOE) y Ciudadanos (Cs), con el objetivo de desalojar al Partido Popular (PP) –donde gobierna desde 1995– y revitalizar a Cs como socio estatal de los socialistas le dio la coartada perfecta a Isabel Díaz Ayuso, la presidenta madrileña, para adelantar la convocatoria.
La dirigente popular mataba dos pájaros de un tiro con su iniciativa: de un lado, trataba de engullir a Cs, su socio de gobierno, reequilibrando la correlación de fuerzas en el bloque de la derecha después de su desplome en las últimas elecciones generales de 2019 y en Catalunya. De otro, culminaba su gestión confrontativa de la pandemia con un “referéndum” contra el gobierno, canalizando el malestar acumulado durante el último año y disparándolo con bazuca contra la Moncloa.
Después de arrasar al bloque de las izquierdas y rozar la añorada mayoría absoluta, Díaz Ayuso encara una legislatura de corta duración con “las manos libres” para gobernar. Los madrileños y madrileñas tendrán que volver a las urnas en 2023 como establece su Estatuto de Autonomía. Pero, ¿qué ha sucedido en esta elección excepcional, que puede tener un efecto dominó que vaya más allá de Madrid? Veamos algunos datos para interpretar lo ocurrido, que anuncia un posible cambio de ciclo en la política española.
Cambio de clima en la sociedad española: una derecha a la ofensiva y unas izquierdas en búsqueda de sí mismas
A la espera de la publicación de las encuestas postelectorales que nos ofrezcan más claves sobre los trasvases de voto, se pueden apuntar algunos datos esenciales para comprender los resultados.
El primer dato de relevancia es la participación histórica, a pesar de encontrarnos aún en un escenario pandémico. La participación se disparó de los 3.251.386 votos (64,27%) en las elecciones regionales de 2019 hasta los 3.644.577 votos (76,25%) del pasado 4 de mayo. Un efecto movilizador que, contra los pronósticos de las fuerzas de izquierdas, ha beneficiado claramente al bloque de las derechas.
El PP de Díaz Ayuso deja un mapa incontestablemente azul después del 4M y suma en solitario más escaños y más votos que el bloque de las izquierdas en conjunto. Además, lo hace con una extraordinaria homogeneidad territorial, siendo la fuerza más votada en 172 de los 176 municipios de la Comunidad. Sumando el apoyo popular de Vox, el partido de la extrema derecha, se constata que el bloque de las derechas madrileñas no solo ha arrasado a sus rivales, sino que además ha obtenido un resultado histórico (2.080.089 votos), mejorando la marca de la dirigente neoconservadora Esperanza Aguirre en 2007 y 2012.
Las izquierdas, por su parte, caen de los 1.530.620 sufragios de 2019 a 1.485.860. Todo indica que el PP ha conseguido absorber el medio millón de votos que obtuvo Cs hace dos años, como se proponía, dejando a este partido no solo sin representación en la Asamblea de Madrid, sino herido de muerte en el marco estatal.
Dejando a un lado “la reunificación del centro derecha por abajo” en palabras de la dirigencia del PP, es importante analizar qué más ha pasado este 4M. ¿Qué patrones de voto han cambiado en esta convocatoria?
1- El abstencionista de derechas. La pérdida de 45.000 votos del bloque de las izquierdas no explica el gigantesco ascenso de la derecha, que debe buscarse más bien en una inaudita movilización de la abstención. Las derechas han roto con una tendencia tradicional de su electorado madrileño: no manifestar el mismo compromiso en las elecciones regionales que en las generales. El “referéndum” en modo órdago de Díaz Ayuso contra la gestión de la pandemia por parte del Gobierno central —que vieron tanto Pedro Sánchez con su campaña como Pablo Iglesias con su candidatura— ha sido todo un éxito. Su “estatalización” de las elecciones autonómicas le ha permitido exprimir hasta el último voto de su espacio político, aproximándose a los resultados de su partido en las generales de 2016.
2- El cinturón rojo del Sur se vuelve azul. Desde el retorno de la democracia, las izquierdas se habían impuesto en los distritos urbanos del sur de la ciudad y de la Comunidad, caracterizados por ser antiguas zonas industriales y contar con un alto porcentaje de población trabajadora. Este ha sido otro de los grandes shocks del pasado día 4. Con su pasado rojo a cuestas, y habiendo asistido a una fuerte irrupción de Podemos, algunos municipios del sur han llegado incluso a dar el vuelco. En Fuenlabrada o Parla, ciudades con alcaldes socialistas, el PP casi cuadruplica su resultado o pasa de 4ª a 1ª fuerza. Frente al mito de la izquierda, que ha imaginado el Sur como un bastión inexpugnable de la clase obrera, hay que reconocer el cambio estructural que se ha producido durante los últimos años en la fisionomía de estas localidades. Como ha explicado Jorge Dioni López, “la España de las piscinas” y las urbanizaciones con jardín, producto de la transformación neoliberal de nuestras ciudades —y de manera particularmente agresiva en el caso del PP madrileño— no vota a las izquierdas como sí lo hacían los barrios históricos.
La metamorfosis del voto rojo en azul tiene, además, una procedencia partidaria concreta. Aparentemente, el votante de izquierda que se ha desplazado al bloque de las derechas rondaría los 50.000 sufragios y procedería de un PSOE que ha estado fantasmalmente ausente durante los dos años de legislatura en la oposición y errático durante la campaña. Ángel Gabilondo, el candidato socialista que se presentaba por tercera vez a las elecciones y estaba ya de salida, no fue capaz de ofrecer un proyecto alternativo. Además, no contaba con la tracción trasera propia de los “alcaldes socialistas” del Sur, ya que, esta vez, no coincidieron las elecciones municipales y las autonómicas.
3- El PP rejuvenece, la renovación generacional de las derechas continúa. El ciclo político que comenzó en 2011 con el movimiento 15M condenó a muerte al bipartidismo y provocó la fuga del voto joven de los viejos partidos tradicionales. En la política española pre-15M, atender a la clave generacional no daba muchas pistas para conocer los mecanismos de voto porque los mayores y los jóvenes votaban muy parecido. Todo eso cambió desde 2011, cuando las generaciones más bisoñas se politizaron y decidieron dar portazo al sistema de partidos tradicional. Este fenómeno afectó especialmente al PP, que en las elecciones generales de 2015 hubiera quedado cuarta fuerza si solo hubieran votado los menores de 45 años. Contra esa tendencia de la última década, las elecciones del 4 de mayo han propulsado al PP gracias justamente al voto joven.
Una campaña por la “libertad”
La exitosa estrategia de campaña del PP, dirigida por el veterano neoconservador Miguel Ángel Rodríguez, se centró en la defensa de la “libertad”, entendida en el más puro estilo neoliberal-conservador de una libertad como no-interferencia (“que me dejen en paz”). Esta retórica encontró su caldo de cultivo perfecto en un malestar social extendido por las severas restricciones estatales en la vida cotidiana de la gente. Una cotidianidad marcada por la distancia social, los toques de queda y una crisis económica y social sin precedentes. El PP combinó esa idea con un “estilo de vida” madrileño, articulando así un vaporoso imaginario en el que todos los malestares económicos y psicológicos del último año podían verse identificados, un imaginario viralizado mediante las cadenas de WhatsApp que la derecha maneja con soltura.
Un voto protesta, un voto contra el gobierno de coalición progresista para defender la propia identidad que, además, aparecía en este discurso como equivalente y representante del interés general del país (“Madrid es España”). Un Madrid que encarnaba aquella “España de los balcones” que colocó sus banderas para tomar partido en el conflicto catalán, y que ahora recuperaba aliento contra el sanchismo y sus aliados de la investidura (entre ellos, el independentismo republicano catalán).
El voto contra la pandemia y a favor de pasar página de las restricciones, especialmente las del sector de la hostelería, ayuda a explicar el efecto arrastre sobre la población más joven, que ha sido claramente uno de los sectores más perjudicados desde marzo de 2020 cuando comenzó el Estado de alarma.
Paradójicamente, en esta campaña flotó en el aire (sin terminar nunca de aterrizar) la responsabilidad de la propia Díaz Ayuso como presidenta de la Comunidad de Madrid con una gestión de la pandemia nefasta y con pocos motivos para sacar pecho.
Lo que sí consiguieron hacer Díaz Ayuso y su cuartel general fue apropiarse de la excepcionalidad madrileña en esa gestión: ha sido la comunidad con el toque de queda más tardío, con menores restricciones a la hostelería, etc. Un modelo que identificó la prioridad en la economía antes que en la salud de las personas más vulnerables, condensado en la imagen de “Tabernia”, el supuesto paraíso de las terrazas abiertas y la economía de mercado en funcionamiento.
Sin embargo, como ha señalado Pablo Carmona, la victoria de Ayuso no puede reducirse al llamado “efecto Tabernia”, toma pie más bien en un largo proyecto de construcción política neoconservadora con arraigada base material: “las clases medias y altas madrileñas, también buena parte de las que votan a la izquierda, han usado la ‘libertad de elección’ que propone el PP para llenar los colegios concertados, contratar seguros de salud privados, depositar sus ahorros en fondos de pensiones o sacar al mercado del alquiler convencional y turístico sus segundas y terceras propiedades inmobiliarias. El modo de vida neoliberal y la democracia de propietarios operan con enorme transversalidad”.
Ayuso habría conseguido apelar a ese sector de las clases medias desestructuradas por la crisis de 2008 en una clave aspiracional: prometiendo volver a antes de 2008 a través del emprendimiento, el esfuerzo y los bajos impuestos. Si se tiene en cuenta que más de la mitad de la población de Madrid se considera a sí misma “de clase media-media”, no se trataría de un asunto menor.
Por su parte, y a pesar del crecimiento de Más Madrid con una campaña fresca que colocó en el centro la cuestión ecológica y el planteamiento de otro Madrid posible (campaña exitosa que le ha granjeado el ansiado sorpasso al PSOE), las izquierdas no supieron ofrecer una alternativa suficientemente sólida.
Quizás el juego cooperativo entre las diferentes fuerzas del bloque de izquierda comenzó a ponerse en práctica demasiado cerca del día de la elección. Quizás, como ha apuntado el propio Pablo Iglesias, su entrada en acción, a pesar de mejorar los resultados de Podemos respecto al 2019, ha podido generar más movilización del adversario que de los propios. Quizás la razón haya sido, más allá de la campaña, que “la gente le ha tenido más miedo al cierre económico (sin garantías ni seguros) que a la pandemia”. En todo caso, las respuestas se han de rastrear más y mejor en el último año que en las estrategias a corto plazo de las elecciones.
Lo que está claro ya es que los resultados del 4M en la Comunidad de Madrid son un objeto de disputa política en España.
Las derechas lo plantean como un cambio de clima irreversible en la política del país. Madrid ha sido su Rubicón y ya queda un poco menos para desalojar a Pedro Sánchez y a Yolanda Díaz de la Moncloa. Las izquierdas están buscándose a sí mismas, analizando los motivos de la derrota y mirando cómo reaccionar. Con una sociedad española exhausta por la fatiga pandémica y política, que vuelve a mirar con inusitada desconfianza a las instituciones, la política necesita responder con hechos y compromisos concretos. El Gobierno de coalición progresista tiene deberes después del 4M. Las fuerzas de izquierdas no deberían perder el tiempo en luchas fratricidas estériles, ni en fantasías voluntaristas. Si no, Madrid será el Rubicón de la derecha.
Escrito por:
Rodrigo Amírola
Licenciado en Filosofía por la UCM. Ha colaborado en medios de comunicación como Cuartopoder o CTXT.
Julio Martínez-Cava
Profesor asociado en la Universidad de Barcelona y miembro del comité de redacción de la revista Sin Permiso.
Publicada originalmente en: Oncubanews