Suele ocurrir que, en el mundo intelectual y de las artes, la expresión “compañeros de ruta” aluda a dos o más personas que comparten un trato horizontal, cuya afinidad en alguna área los lleve a transitar un camino juntos –una escuela, un movimiento–, en la medida que uno sirva a los fines del otro. De lo contrario, si deja de servirle, se le da muerte. De allí proviene también la expresión “matar al padre” –psicoanálisis mediante–, cuando la relación es vertical, para referirse a un discípulo que busca deshacerse de su maestro en caso de que haya iniciado un camino propio.
Al principio de la década de los treinta, André Breton instó a sus compañeros de ruta a adoptar una posición explícita a favor del comunismo, tanto ideológica como militante, y se propuso expulsar a todos aquellos miembros del surrealismo que se negaran a adherir a los nuevos postulados. Así, el 5 de febrero de 1934, convocó en su casa a una reunión para revisar la pertenencia de Salvador Dalí, que ya había escandalizado a Breton con una obra y algunas declaraciones políticas, pero a la cita no acudió el acusado ni los principales cabecillas del movimiento, y su desvinculación pasó a ser más bien un acto simbólico. En sus Diarios de un genio, Dalí recuerda este episodio como el día clave de la muerte del surrealismo en los términos que lo habían definido colectivamente, y al día siguiente, en una entrevista, cuando se le pidió que definiera al movimiento, respondió de manera provocativa “¡el surrealismo soy yo!”. De esta forma, la estela del surrealismo perduró en quienes en algún momento adscribieron a su programa, pero ya no se sentían representados por el rumbo que había tomado en esferas ajenas al arte.
Mirado desde la distancia, esta corriente de expresión artística ha sido reconocida por su producción en la pintura, el teatro, el cine y las letras. Sus obras fueron concebidas bajo el influjo de materiales eclécticos, provenientes de diferentes áreas como el psicoanálisis en las ciencias humanas, el cubismo y dadaísmo como vanguardias antecesoras –por muy oxímoron que suene la combinación de estas palabras–, el simbolismo de los decadentistas decimonónicos o el exotismo y los juegos de lenguaje de cierta tradición literaria. Esta mixtura de materiales era tan solo uno de los elementos para la composición de obras, ya que lo realmente importante consistía en la creación de un procedimiento que permitiera otorgarle otro sentido a la realidad (el método paranoico-crítico de Dalí, para pintar cuadros en donde lo onírico y el delirio distorsionan lo real, o la escritura automática, para evitar la contaminación del racionalismo al dejarse llevar por los dictados del inconsciente). De esta forma, cada uno de sus miembros plasmaba su visión singular de las cosas y muchos de ellos se vieron tentados en indagar sobre otros campos que en principio les eran ajenos. Así, pasaban de la pintura a la exploración del mundo literario a través de la escritura de novelas, cuentos o poesía (Giorgio de Chirico, Francis Picabia, Max Ernst, Leonora Carrington, entre otros). Y Dalí, por su parte, hizo lo propio. Sus textos autobiográficos resultan documentos fundamentales para entender su proceso de creación, como así también la influencia que tuvo la literatura en su obra. Prueba de ello es que, en alguna oportunidad, señaló que su novela favorita era El camello, de Lord Berners, y al momento de morir, se recuerda con frecuencia, tenía en su velador un ejemplar de Impresiones de África, de Raymond Roussel, que había leído en reiteradas ocasiones.
Estos dos escritores, que fascinaron al pintor catalán, compartían el hecho de pertenecer a familias de la alta burguesía inglesa y francesa, respectivamente, cuya abundancia de dinero les permitió dedicarse por entero al cultivo del ocio y los usos del tiempo libre: Berners, que con sus composiciones para piano obtuvo el reconocimiento de Stravinski, construyó en su mansión un zoológico por el que desfilaban animales exóticos, y Roussel, que inventaba procedimientos de escritura que serían revelados póstumamente en su testamento literario Cómo escribí algunos libros míos, probaba drogas y viajaba por el mundo para seguir los rastros de personajes de los libros de Pierre Loti.
Aunque su intención era obtener un reconocimiento masivo en vida y fracasó en sus intentos, el caso de Roussel despertó el interés de un grupo selecto de artistas que encontraron en su obra la inspiración necesaria para la elaboración de la propia. Dentro de los integrantes del surrealismo, no solo fue Dalí quien vio en él a un artista en estado puro, sino también Breton manifestó ser un admirador ferviente de sus Impresiones de África, de Locus Solus y algunas obras de teatro que escandalizaron al público, pero no consiguieron una buena recepción. Según Mark Ford, autor de Raymond Roussel y la república de los sueños, antes que Breton, Philippe Soupault intentó insistentemente sumarlo a sus filas, pero el autor francés no estaba interesado en ser encasillado dentro de ninguna escuela ni movimiento y si bien agradecía el apoyo recibido por los integrantes del surrealismo, para evitar reunirse, mediante su secretario le respondió una carta en la que declaraba no sentirse atraído por las vanguardias, cuyo imperativo exigía adoptar una posición de ruptura con la tradición y el combate.
Durante toda su vida (1877-1933), Roussel fue un excéntrico solitario. Su condición de millonario lo llevó a adoptar una postura de dandi con la que se permitía usar la misma corbata tan solo tres veces, y el mismo traje, tirantes y abrigos, quince. El tiempo ocupado en las comidas lo consideraba un desperdicio, así que le propuso a su chef organizar un menú diario de cinco horas, en donde eran servidas todas las comidas del día. También mandó a construir un auto, la roulette, una especie de casa rodante equipada con todas las comodidades para garantizar el aislamiento en sus viajes y así no contaminar, con la influencia de los paisajes, sus escritos. La herencia de su padre la despilfarró en el ocio. Con ella financió la publicación de todos sus libros y adaptaciones de obras de teatro que nunca alcanzaron a tener la recepción esperada. Cuando tenía diecinueve años –le confesó posteriormente a su psicoanalista–, sintió haber sido tocado por la gracia y ese llamado lo motivó a escribir su primera novela, El doble, que a través del verso rimado describía minuciosamente los elementos de un carnaval. Su intención era consagrarse tempranamente como un escritor importante, pero la obra pasó desapercibida y su fracaso lo llevó a volcarse en la experimentación de nuevos procedimientos para la escritura.
Como característica general, sus textos carecen de todo psicologismo y drama, no hay en ellos elementos autobiográficos, ideológicos ni mucho menos una intención pedagógica ni de transmisión de alguna enseñanza. Es literatura al desnudo, dice César Aira en “Raymond Roussel. La clave unificada”. Sus principales libros, las novelas Impresiones de África y Locus Solus, están escritos bajo un estricto procedimiento que se encargó de revelar, como ya fue dicho, en Cómo escribí algunos libros míos, y este es la fuente del encantamiento que ha producido sobre artistas tan variados como André Gide, el surrealismo, los patafísicos, Oulipo, el propio Dalí o Marcel Duchamp, con quien compartió su afición por el ajedrez.
Si la confesión de Roussel, se pregunta César Aira, es sobre cómo escribió algunos de sus libros (que arrancan bajo el disparador de frases construidas con palabras homónimas) y no por qué, ¿cuál es la clave que puede unificar los textos escritos bajo este procedimiento y los que no? La ocupación del tiempo –dirá–, para llenar el vacío del bien que tienen a su disposición en abundancia quienes fueron educados para la inutilidad. Por esta razón, Aira subraya que su procedimiento es de escritura y no de lectura, y que en ningún caso este garantiza por sí solo resultados favorables respecto a la calidad de su obra. Con ello discute también a quienes ven en él su principal aporte: juegos lingüísticos que traducidos se perderían para el lector. Más bien, como los viajes y las drogas, el invento de su famoso procedimiento sería uno de los elementos para ralentizar la actividad de ocio a la que se dedicó con mayor pasión.
Luego de abandonar toda pretensión de trascender mediante la escritura, en 1933 Roussel viajó con su mujer a Palermo. En el hotel, se alojaron en piezas contiguas, comunicadas por una puerta interior, porque se suponía que eran amantes. Allí consumió barbitúricos para mantener un estado de euforia constante y, tras varios días de intoxicación, fue encontrado muerto por Charlotte Dufresne. Para preservar su legado y asegurar que su procedimiento pudiera servirle a alguien en un futuro, antes había redactado Cómo escribí algunos libros míos, bajo la estricta solicitud a su editor de publicarlo de manera póstuma. Pero también quiso hacerles llegar el manuscrito a veinte de los principales exponentes del surrealismo, los únicos en valorar su obra mientras vivió. Así, elegía en la posteridad quiénes serían sus compañeros de ruta. Tal vez para evitar los posibles fratricidios, cuando el genio de un artista lleva a coincidir involuntariamente en el mismo camino de otros.
Sobre la obra de Roussel, Robert Desnos dijo: “Son poemas más hechos para la eternidad que para la popularidad”. Así ha sido.
*Autor: Alejandro Stevenson, integrante de Equipo Editorial de Revista Heterodoxia
Referencia bibliográfica
Aira, César (2017). “Raymond Roussel. La clave unificada”, en Evasión y otros ensayos. Barcelona: Literatura Random House.
Berners, Lord (2016). El camello. Buenos Aires: La Bestia Equilatera.
Dalí, Salvador (2010). Diario de un genio. Buenos Aires: Tusquets.
Ford, Mark (2004). Raymond Roussel y la república de los sueños. Madrid: Editorial Siruela.
Roussel, Raymond (1973). Cómo escribí algunos libros míos. Barcelona: Tusquets.
_______________ (2011). Locus Solus. Buenos Aires: Interzona.
_______________ (2016). Impresiones de África. Buenos Aires: Mansalva.
_______________ (2017). El doble. Barcelona: Wunderkammer.