“Mi pensamiento y mi creación no eran sino ilusión de saber, y mi vida, ilusión de existir.”
ALFRED KUBIN
En 1896, Alfred Kubin (1877-1959) intentó suicidarse frente a la tumba de su madre, pero todo le salió mal. El tren que lo llevaba al cementerio de Zell am See sufrió un desperfecto, producto de una inundación, y tuvo que continuar el camino a pie durante dos días hasta llegar a ella en plena noche. Esa fue la primera señal. Después, delante de la lápida, marcó en su frente con una aguja el punto por donde debía ingresar la bala para darle directo en el cerebro, pero el arma que llevó estaba vieja y oxidada. El tiró nunca salió. La pistola se había trabado. Todo esto lo relata Kubin en sus textos autobiográficos, contenidos en De mi vida. Desde la mesa del dibujante y otros escritos (2016), no sin cierto dejo de ironía. Tras el intento fallido, desistió en su propósito, puesto que no encontró valor para probar una segunda vez, y avergonzado fue hacia una pensión, donde descansó un momento antes de decidirse ir a la casa de su padre que lo recibió sin ningún tipo de recriminación. Allí fue atendido hasta que se repuso y luego el padre lo envío a Klagenfurt, para estudiar fotografía con el cuñado de su tercera mujer.
Hasta ese evento, quien posteriormente sería reconocido como uno de los dibujantes de mayor importancia en el siglo XX, aún no daba prueba de su talento. Pobre y solitario, rechazado por su tío político, intentó ingresar al ejército austriaco para tener el honor –como él mismo señala– de servir al Imperio Austro-Húngaro, aunque en realidad no estaba seguro de qué querría hacer con su futuro. Pero su carrera militar fue truncada por una crisis nerviosa y nuevamente se vio despojado de certezas, así que probó desarrollar lo que tanto le gustaba en su infancia: dibujar. Para dedicarse a esta actividad, contó con la venia paterna, quien lo apoyó para inscribirse en institutos y escuelas de prestigio en Múnich y rápidamente destacó en el uso de técnicas, que a lo largo del tiempo fueron mutando hasta encontrar un estilo singular. Sin embargo, la crisis nerviosa que había sufrido con anterioridad lo llevó a volcarse hacia el interior, a indagar sobre ese “otro lado” que es revestido por la materialidad de las cosas, con la que forjó una visión de mundo en la que estableció una distinción entre el caos –el inconsciente– y el ser– el individuo en la relación con su entorno– y cuya confrontación sería constitutiva de toda su obra posterior: “Ante mis ojos se abría un arte absolutamente nuevo que dejaba el campo libre a la expresión de todos los mundos sensoriales posibles”, escribe en su Autobiografía (Kubin, 2016: 75). Para ello, las lecturas tempranas de Schopenhauer, Nietzsche y Kant fueron decisivas en su desarrollo de una visión pesimista ante la vida, que se vería reflejada posteriormente en los dibujos e ilustraciones, como así también en su única novela, El otro lado (2017), donde lo onírico irrumpe sobre lo real, con una carga pesadillesca, para desenmascarar la violencia cotidiana que conduce inexorablemente a la muerte.
Alfred Kubin, Self-Reflection (1902)
Considerado pionero del expresionismo alemán y, por sus temáticas, el Goya austriaco, Kubin vivió su juventud en un contexto de decadencia de la cultura europea, en donde los valores pretendidos universales se desmoronaban y, con ello, las ciencias humanas y el arte abrieron paso hacia la exploración del interior, con la búsqueda de lo introspectivo como fuente del descubrimiento de fuerzas irracionales que determinaban las conductas del ser. Asimismo, su obra tuvo eco en la valoración de artistas reconocidos de la época con los que se relacionó, como Giorgio de Chirico, Edvard Munch, Paul Klee o Vasili Kandinsky y, por otra parte, en el campo literario, con Franz Kafka –a quien conoció a través de Max Brod y cuya obra es deudora de El otro lado–, y también por editores que le hicieron encargos para ilustrar las obras de E.T.A. Hoffmann, Kleist, Dickens, Balzac, Flaubert, Dostoievsky, Poe, entre otros. Desde 1909, esta se convertiría en una de sus actividades centrales, paralela a sus dibujos, que lo posicionó como uno de los autores más prolíficos del siglo pasado en este ámbito. Mientras tanto, trabajaba en el perfeccionamiento de su técnica, que evolucionó en cuanto forma y color hacia el uso de contrastes blancos con negros para alcanzar mayor expresividad de los escenarios lúgubres que pretendía transmitir:
Estaba harto de todos mis experimentos con formas y colores, y opté por lo más opuesto a mi forma de pintar: me acerqué a la composición plana y armónica de los jóvenes artistas franceses y alemanes en la estela de Gauguin y renuncié a toda originalidad, incluso me resistí a ella con todas mis fuerzas. Lo único que me proponía era servir al arte, de una manera sencilla y humilde. (Kubin, 2016: 86)
En el año 1906, Kubin se traslada con su compañera al edificio más grande de la región de Zwickledt –que por estas características recibirá el nombre de “castillo”–, donde permanecerá encerrado hasta su muerte. Ahí, provisto de una gran biblioteca, se dedicará a leer, dibujar y escribir, estableciendo comunicación con el mundo exterior sólo a través de cartas. No obstante, al año siguiente, tras regresar de un viaje que realizó luego de la muerte de su padre, redactó en doce semanas su única novela, cuya temática viene a condensar lo expresados en sus dibujos, y en las cuatro semanas posteriores trabajó en las ilustraciones que acompañaron el texto.
El otro lado, publicada originalmente en 1908, narra la historia de un dibujante que, como el propio Kubin, aspira a encontrar refugio del aburrimiento de la cultura moderna y es invitado por un enviado de un antiguo amigo de la infancia, Claus Patera, a vivir en un país que construyó en Asia Oriental al recibir una fastuosa herencia: el Reino Soñado. Un país en el que sus habitantes no debían preocuparse de los aspectos materiales, sino de engrandecer su espíritu. Un lugar idílico, en el que alejado de las exigencias mundanas sus ciudadanos tienen la capacidad de desarrollar sus talentos sin llegar a preocuparse de sus necesidades inmediatas. Después de sopesar esta invitación, que incluía una cuantiosa suma de dinero para cubrir los gastos del viaje, el dibujante lo discute con su compañera y finalmente aceptan. Sin embargo, al llegar el entusiasmo inicial disminuye, cuando experimentan frente al portal de Perla, ciudad principal del Reino Soñado, la presencia de energías extrañas que les auguran malos presagios. Transcurrido poco tiempo, ya instalados, son capaces de identificar que la vida en el Reino no dista de la vida en otros países: la sociedad se organiza en clases sociales, ubicadas en diferentes barrios, y las actividades están mediadas por el dinero, que ocupa una función simbólica como medio de retribución. Además, en los individuos que son invitados a participar de esta comunidad se incluye a refugiados políticos, alcohólicos, asesinos buscados internacionalmente, delincuentes comunes e infelices como el protagonista cuyo nombre no se revelará. Pero los eventos que han condicionado la vida de estas personas en un pasado no son lo esencial, sino la función que representan dentro de él, porque como señala el narrador “… de eso se trataba en este país: de representar algo, cualquier cosa, aunque fuese un ladrón o un vagabundo” (Kubin, 2017: 66), y que en toda la trama parecieran estar manejados por los hilos movidos por Patera, ya sea para conseguir la eficacia del mundo que pretende construir o para su propia diversión.
Ni utopía ni distopía, la vida en el Reino Soñado logra desarrollarse en un más allá del cotidiano occidental, porque sus ciudadanos están sometidos a un estado de trance permanente, en donde lo real y los eventos sin explicación racional se funden para volverse indisociables. Entre lo metafísico y lo simbólico, todo en el Reino es un signo que evoca otros sentidos. Como por ejemplo el clima. Aquí el sol, como fuente de vitalidad, a diferencia de los mundos de fantasía en donde está presente de manera constante, nunca se deja ver, las estaciones no se distinguen, porque las nubes cubren el cielo durante todo el año.
Después de tres años de adaptación a esta nueva vida, en la que encontró trabajo como dibujante de una publicación semanal e hizo algunos amigos con los que frecuentaba un café, el protagonista asiste en carne propia al derrumbe del Reino. La llegada de Herkules Bell, “el americano”, desestabiliza el poder de Patera, ya que incentiva el cuestionamiento de por qué nunca son celebradas elecciones para alternar a las autoridades y sus ciudadanos comienzan a organizarse. Se desatan revueltas y pronto la catástrofe asume un carácter sinsentido, en el que todo se transforma en incendios, muertes, epidemias y destrucción.
Obra cumbre del género fantástico, El otro lado fue admirada por los surrealistas y escritores de prestigio como Hermann Hesse o Graham Greene, además de diversas personalidades dedicadas al arte. Sin embargo, Kubin nunca tuvo un particular interés por la literatura, de la que dijo no saber nada respecto a sus técnicas, sino, ante todo, más que pintor y dibujante se reconocía como artista, porque su preocupación radicaba en las formas y los procedimientos que describe así:
Disciplinado, educa durante años el ojo, la mano y el carácter hasta que, poco a poco, alcanza a comprender la gracia y la pureza celeste de poder aludir a todo con una ausencia de medios. De ese modo, perfecciona el dominio de su arte hasta hacer de él un juguete vivo gobernado por su espíritu. (Kubin, 2016: 264-265)
En lo anterior, se puede observar cómo el propósito de Kubin está conectado al de otras disciplinas artísticas, en la búsqueda interminable del perfeccionamiento de su técnica hasta conseguir referirse a la totalidad de las cosas sin recurrir a ningún medio. Esto recuerda a la pretensión de Flaubert, quien en una carta a Louise Colete declara que le gustaría escribir una novela que no hablara de nada, que fuera puro estilo, o a El pozo de Onetti, cuando el protagonista se propone narrar la historia de un alma, sin los sucesos con los que se mezcló. Independiente de sus medios, la obra de Kubin fue una exploración constante hacia el encuentro de un nivel de expresividad propio, para dar cuenta de ese abismo que sabemos que existe, pero cuyos peligros desconocemos, y aunque estemos tentados en asomar la cabeza, él prefiere mostrárnoslo, para librarnos de tener que indagar en el mundo de los fantasmas y las pesadillas.
*Alejandro Stevenson, Equipo Editorial Heterodoxia
Bibliografía
Kubin, A. (2016). De mi vida. Desde la mesa del dibujante y otros escritos. España: Machado Libros.
_______ (2017). El otro lado. Buenos Aires: La Bestia Equilátera.