John Zorn | 8 julio 2020 |The New York Times
Traducción de Francisco Larrabe
Ennio Morricone fue más que uno de los grandes compositores de bandas sonoras del mundo –fue uno de los más grandes compositores del mundo, y punto. Para mí su obra se compara con la de Bach, Mozart, Debussy, Ellington y Stravinsky, por lograr esa rara fusión entre corazón y mente. ¿Nos atrevemos a comparar las cinco notas de su famoso “coyote call” en El bueno, el malo y el feo con las cuatro notas de entrada de la Quinta Sinfonía de Beethoven? La música de Morricone es igual de atemporal.
Morricone, quien falleció el lunes a los 91 años, ha sido una influencia e inspiración desde mi primer encuentro con su obra siendo yo aún un adolescente en 1967. “The Ecstasy of Gold” de El Bueno, el malo y el feo me golpeó con la misma intensidad con que lo hicieron obras maestras modernistas como “The Rite of Spring”, la Cuarta Sinfonía de Ives y “Arcana” de Varèse; The Ecstasy of Gold comparte la compleja creación rítmica, mundo sonoro único y exuberante barrido romántico.
Abrazando el elevado lirismo de su herencia italiana, el don de Morricone para la canción era formidable. Era uno de esos músicos que podían crear una melodía inolvidable con solo un pequeño puñado de notas. Su meticulosa destreza y oído para la orquestación, armonía, melodía y ritmo, dieron como resultado música que era perfectamente balanceada; al igual que con todos los grandes compositores, cada nota estaba puesta por una razón. Cambia una nota, un ritmo, una pausa, y hay una pérdida en la composición.
Teniendo raíces tanto en la música popular y en el avant-garde, Morricone fue un innovador y superó cada nuevo desafío con un enfoque fresco, manteniendo una curiosidad y sentido infantil de asombro. Siempre estuvo abierto a probar nuevos sonidos, nuevos instrumentos, nuevas combinaciones –rara vez se repitió a sí mismo.
Fue un hombre íntegro que no toleró la incompetencia de los demás. Anécdotas de sus respuestas a irrelevantes sugerencias de dirección son legendarias, incluyendo una de mis favoritas: “En la historia de la música, nada como aquello ha ocurrido jamás; y tampoco ocurrirá”. Vivió una vida relativamente sencilla en un hermoso departamento en Roma, despertándose temprano a las 4:30 de la mañana, dando paseos y componiendo en su escritorio por horas hasta concluir. Viajó poco.
Lo que hay que entender es que Morricone fue un mago del sonido. Él tuvo una habilidad difícil de explicar para combinar instrumentos de forma original. Ocarina, látigo (1), silbidos, ruidos de guitarra eléctrica, gruñidos, electrónica y aullidos en la noche: todo era bienvenido si tenía un efecto dramático. En la década de 1960 la guitarra eléctrica se había vuelto medular en su paleta de instrumentos y estuvo dispuesto a mezclarla en una variedad de contextos inusuales con estilo dramático. En “Svegliati e Uccidi” de Érase una vez en el Oeste, hace que el guitarrista imite el “rata-ta-ta-tá” de una metralleta valiéndose de la reverberación de resorte del amplificador, y su instrucción al músico de “sonar como una lanza” resultó en uno de los tonos de guitarra más intensos jamás grabados.
Su dominio de un amplio rango de géneros e instrumentos lo hizo un músico aventajado para su tiempo. Él podía explorar muchas técnicas en una boquilla de trompeta en un contexto de improvisación libre durante la mañana; componer un seductor arreglo de tipo big band para una cantante pop por la tarde; y escribir una desafiante banda sonora orquestal por la noche. Este tipo de apertura sigue siendo el camino hacia el futuro, y fue un modelo formativo para mí.
Si bien Morricone es más conocido por sus trabajos en bandas sonoras, no debemos nunca olvidar su amplio catálogo de música “absoluta” –sus composiciones clásicas. Allí la música viene directo de su corazón. Y aún así lo que logró en el desafiante y restrictivo mundo de la música cinematográfica no deja de ser milagroso. Allí su inmensa imaginación, oído agudo para el drama, profundo lirismo, su sentido del humor y enorme corazón encuentran voz a través de una magnífica y magistral musicalidad. La libertad artística era su credo, y su impecable gusto y sentido innato de la energía, espacio y tiempo fue palpable. Su obra elevó cada uno de los filmes que musicalizó.
Uno de mis más preciados recuerdos fue visitarlo en una sesión de grabación, por allá por 1986. Él fue, como siempre, un caballero: elegante, gracioso y más que amable con un fan que permaneció humilde frente a su héroe. Hablamos a través de un traductor durante gran parte de nuestra conversación, pero por unos momentos me llevó a un lado y compartió algunos consejos compositivos sobre trabajar en películas. Siempre recordaré sus palabras aquel día: “Olvídate de la película. Piensa en la banda sonora”.
Muchos compositores se preguntan, e incluso les preocupa, si su obra vivirá cuando ellos fallezcan –si su contribución será recordada y su música atesorada. Morricone parece no haber tenido esos temores. Su obra ha sido acogida; logró ese raro balance entre ser profundamente influyente tanto para el mundo interior de los músicos como para la sociedad en general. Sus aventuras sonoras poseen sus propios méritos tanto en el contexto de los filmes que musicalizó y por sí mismas como música pura. Esta era la magia que tenía Morricone.
Fue más que una figura musical. Fue un ícono cultural. Él fue el maestro –y lo estimé profundamente.
John Zorn es un compositor e instrumentista. Entre sus muchos discos está “The Big Gundown” (1986), un álbum que reconstruye la música de Ennio Morricone.
(1) Látigo [Slapstick]: Instrumento de madera perteneciente al grupo de percusión, idiófonos. Consta de dos láminas de madera unidas por una bisagra, que al golpearlas entre sí emite un sonido similar al de un látigo.